viernes, 18 de octubre de 2013

Sombra

Fue amor a primera vista. Lo conocí una mañana lluviosa en la que había salido a correr muy temprano, antes de ir a trabajar. Me estuvo siguiendo durante un trecho, pero en ningún momento me sentí amenazada por su presencia. Al cabo de un rato, lo perdí de vista y no volvió a aparecer durante el camino de vuelta.
A la mañana siguiente, estaba sentado en el parque cuando crucé durante mi carrera matutina. Al igual que había sucedido el día anterior, se colocó detrás de mí, siguiendo mi trote por el camino de arena.
Día tras día, la situación se repetía. Lo encontraba todas las mañanas esperándome en el mismo sitio y a la misma hora, con la certeza del que sabe qué es lo que va a suceder a continuación. Y día tras día me seguía durante parte del camino, cada vez un poquito más, hasta aquella mañana en la que hizo todo el recorrido conmigo hasta llegar de nuevo a la puerta de mi casa.
Ese día lo invité a subir. Sus ojos negros expresaron una inmensa gratitud y, manifestando su alegría, pasamos juntos a mi diminuto apartamento de un solo dormitorio.
Aquella mañana había estado lloviendo mucho, y entramos juntos en la ducha para calentarnos.
Sequé su cuerpo con una de mis toallas de rizo y, mientras yo preparaba un café, él se sentó a esperarme en el sofá del salón.
Como tenía que salir a trabajar, le hice un gesto para que saliera conmigo, pero su mirada de desesperación me indicó que no tenía ningún sitio al que acudir, así que le dejé quedarse en mi casa.
Cuando regresé salió a recibirme con gran alegría. En ese instante lo supe. Supe que no le dejaría salir de mi vida nunca más. Me había enamorado perdidamente y no quería que se fuera de mi lado. Acaricié su cabeza y se lo dije.
—Está bien. Puedes quedarte.
Le llamé Sombra, en honor a sus ojos oscuros. Desde ese día, vive conmigo y me acompaña a todas partes.
Mi madre sigue sin creer que haya adoptado a un perro…


Violeta Lago

jueves, 17 de octubre de 2013

11 de noviembre 11:11 horas

Anotaba la hora de salida en el cuaderno de registro que se encontraba encima del escritorio en la recepción del edificio de oficinas que esa mañana de noviembre visité para tramitar un permiso personal, decenas de personas desfilaban por el lugar subiendo y bajando de los elevadores del inmueble, algunos empleados del servicio  inmersos en el mundo de la burocracia sin preocupación, se saludaban cordialmente indiferentes en malgastar el tiempo de todas esas personas que impacientes esperaban ser atendidos.
Me sentí aliviada de que por fin concluyera mi espera y me dirigí a la salida pensando en la dirección que tomaría para seguir con las actividades del día. – Aún es temprano – me dije al checar la hora en el reloj que colgaba de la pared y que justamente en ese momento su minutero cambiaba, eran las 11:11 horas y así lo anoté en la bitácora, no pude evitar pensar que era una casualidad la hora que coincidía con el día 11 de ese onceavo mes. Lentamente ya sin prisas camine sobre la acera hacia a la esquina no sin antes chocar con diversas personas que caminaban apresurados en sentido contrario atropellándonos por el poco espacio que los puestos ambulantes nos dejaban. Me detuve para esperar a que el semáforo me permitiera pasar, esa esquina coincidía con la enorme pared y los grandes ventanales del edificio que acababa de abandonar, lo que ocurrió después fue en un fragmento de tiempo, mi vista puesta en las luces que comenzaban a parpadear anunciando el cambio a color verde se desvió al notar que un bulto bajaba del cielo rápidamente a mi izquierda, el movimiento tan deprisa de mi rostro al girar para ver ese “algo” que caía no me permitió de momento pensar o cuestionar nada, sólo pude darme cuenta que se trataba del cuerpo de un infeliz ser humano que caía estrepitosamente de la azotea del edificio de nueve pisos sobre el cofre de uno de los tantos autos estacionados en la congestionada calle, abollándolo  para enseguida rebotar y caer inerte sobre el asfalto como si fuera un saco de frutas que esparcía el contenido a su alrededor. Mi mente quedó en blanco, mis piernas se paralizaron y no atiné a que hacer, mi mente se negaba a creer lo que veía.  Mis ojos por fin pudieron abandonar la terrible escena cuando un pequeño objeto rodó hasta detenerse al golpear con mi zapato, me pareció que se trataba de un pedazo de coco con todo y cascara que alguien había dejado caer. ¿Has notado que parecido tiene el cráneo humano con esa fruta?
Logré que mis piernas temblorosas me alejaran del lugar y observé por última vez el maltratado cuerpo que ya era rodeado por decenas de ojos llenos de la más cruel morbosidad de la que un ser humano es capaz mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y elevaba una oración por ese pobre desconocido. Probablemente para mí fue una eternidad esperar el cambio de semáforo, para él debió ser toda una vida el tiempo que tardó su cuerpo en recorrer el espacio hasta perderse en la transitada avenida.


Lhuvy

miércoles, 16 de octubre de 2013

Atacó brutalmente a una joven e hirió de gravedad a su mascota

Hace años que la conozco, ella vive, como usted  debe saber, en el departamento de al lado. Nos cruzamos cuando vamos al trabajo y, con frecuencia, cuando volvemos. En ocasiones, este encuentro ha sido  provocado. Cuando la veo  dar vuelta la esquina, entro y llamo el ascensor.
Al principio, solo una mirada. Al año siguiente un tímido- Hola- Yo, igual. Callando  lo que hubiera deseado agregar; que me ha gustado desde el primer día que la vi.
Los fines de semana, complicados ¡Sin horarios fijos! Cuando coincidían nuestras idas o venidas, la acompañaba Coky. Un rottweiler con nombre de galletita. Una bestia salvaje que no ladra, ruge como un león, y muestra unos dientes que harían honor al más feroz de los cocodrilos.
Le juro, su señoría, he tratado. He soportado sus gruñidos en el espacio reducido del ascensor con naturalidad, calculando en qué parte de mi anatomía clavaría un colmillo.
El hecho en cuestión ocurrió ayer. Ella bajaba con su adorada mascota y pensé - éste es el precio; ir hasta  planta baja  con esta fiera incontrolable- Entre el 4to y  3er piso el ascensor, milagrosamente, se detuvo. Ella comenzó a respirar con dificultad y extendió sus brazos hacia mí.
-Abrázame, tengo miedo.
¡Era el paraíso! Traté de acortar distancias, pero Coky, más veloz, se lanzó encima de mí. En su salto la arrastró a ella, que sostenía el collar. En segundos nos convertimos en un remolino de gente y perro tratando de salvar el pellejo y las apariencias. No lo logramos. Mientras esto sucedía, el ascensor volvió a funcionar. Cuando llegamos a planta baja, todavía estábamos en el suelo. Ante la mirada  atónita de los vecinos que se habían agolpado allí, tratamos de recomponernos. A ella le sangraba el labio, que se había lastimado al caer. El responsable del caos estaba inmóvil, casi asfixiado por la correa, aun enganchada entre mis piernas. Ella comenzó a gritar y a insultarme mientras yo intentaba recuperar el aliento.
Eso es todo, señor juez, ella me denunció por agresiones y aquí estoy. Ah, debo agregar algo, de verdad, adoro los perros.


Edith Montiel

Trofeo escolar

Nieva en mi nueva ciudad, apenas se distinguen las envidiables vistas que acostumbro contemplar. Pienso en mi vestido de flores que tanto me gustaba. Miro distraída a través de la ventana  y recuerdo aquel frío día de febrero. Hace ya un año y sin embargo parece haber transcurrido una eternidad. Mientras el suelo de las calles va cubriéndose de blanco me pregunto cómo pudo haber ocurrido y por qué no pudo continuar.
La recién estrenada madurez del cuarto de siglo sufrió una inversa metamorfosis al hacerme evocar una adolescencia quinceañera. No, no fue por aquella faldita corta a cuadros que me sentaba tan bien; sino por haber hecho realidad la mayor y a la par frecuente fantasía de cualquier jovencita. La ambición más ambiciosa, el ideal más idealizado, la utopía más utópica que jamás podría haber llegado ni siquiera a inventar para soportar las interminables noches en vela.
No llevaba trenzas, ni si quiera una carpeta forrada con los ídolos de moda. Tampoco llevaba apuntes que extender bajo la mareante luz de una lamparita de estudio.  A pesar de ello, creía ser la protagonista de una novela romántica inundada de flashbacks. Ahora era una persona recién llegada a la vida adulta, una aprendiz de femme fatal alzada sobre unos tacones de aguja elegantes y sugerentes, preparada para dar rienda suelta a aquel ideal de colegiala.
Su sonrisa de niño inserta en líneas que mostraban años de experiencia seguía haciéndome enloquecer. Su ingenua y tímida mirada me hacían sentir dominante y paradójicamente vergonzosa ante aquel encuentro premeditado. Nerviosa pero segura de mí misma. Expectante a la vez que confundida y finalmente totalmente decepcionada. Gané un frente que cerrar, un pétalo disecado entre leyes dispuesto a guardar en mi colección privada, un perfume que me permitiera rememorar aquella época. Entre susurros y confidencias, tras horas de miradas esquivas y silencios prolongados la distancia disminuyó. Al igual que la noche se fundía con el amanecer nuestros labios se se encontraron en el anhelado beso que ya buscábamos entre pasillos.
Ya no nieva. Ya no llevo ese vestido de flores que finalmente germinó. Él, ganó su medalla y decidió mantenerla bajo llave en la vitrina. Yo, un punto y aparte en mi vida. A veces pienso que realmente esa es su verdadera pretensión; lejos de mis pensamientos más pesimistas mi foro interno se consuela pensando que el motivo reviste cuatro letras y que tan sólo desea guardar esa medalla y no exhibirla jamás, quedando así inalterable durante otros doce años esperando que el tiempo pase cuanto antes.


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martes, 15 de octubre de 2013

Desahuciado

Las horas fueron sumando noche. El reloj abarcando invierno. Se detuvo la lluvia y se tiñó el cielo de amanecer.  Desperté derribado como si mi cuerpo hubiese rodado por un terraplén, inerte hasta el mismo hueco del ataúd con una orden judicial clavada en el corazón que me destierra de mi casa.
Casi siento el deseo de llorar, pero más de rabia que de pena, o más bien de las dos. Por suerte ella me dejó antes de ver como perdía lo poco que teníamos. Su enfermedad y mi mal hacer me convirtieron en comida de bancos y acreedores que ahora se cobran una víctima más.
No reconozco a ese viejo fatigado y gris que se asoma al espejo y me devuelve la imagen de un rostro cansado, más que tristes los ojos, vencido, son muchos años criando arrugas, y hasta el alma está erosionada como un guijarro a merced del torrente de los acontecimientos.
Ella era mi viga maestra, mi fortaleza, y ahora que soy sólo la mitad no me siento con fuerzas ni de luchar por lo que es mío. Este luto que huele a muerte ha abierto las puertas a los carroñeros que pacientes sobrevuelan el tejado arremolinando miasmas, prestos al último estertor que les indique que pueden devorar las sobras con la vergüenza del buitre.
El aire color ceniza envolvía los recuerdos vividos desvirtuando toda alegría. Los puños apretados. En los ojos latía el destello del miedo y la determinación del que se sabe condenado. Ya no esperaba nada. Sombras para el desayuno y una lápida para la cena.
-La vida es un relámpago entre dos oscuridades- se dijo -Un desierto de arena que se hizo oasis en su presencia y páramo de sal y azufre tras su ausencia.
Cuando llegase la funesta comitiva del juzgado me encontrarían allí como un mueble más.
Me dejo llevar, cierro los ojos cansado y llega la noche. Es la noche larga. Habrá que aceptarla. Es la hora del sueño, y un sentimiento de sosiego se abre paso por mi agrietado ser como agua fresca por el reseco cauce. Es momento de reencuentros.


José Luis García Solana

Miradas

Lo que hacemos no tiene nombre. Cada vez estamos más comprometidos.
Nuestra situación se vuelve repugnante.
Ayer, en la cena, mi hermano Andrés y yo estábamos cada uno inmerso en sus propios pensamientos. De pronto Luisa, su esposa, nos empezó a contar una historia sobre una mujer descuartizada. Los dos nos miramos y seguimos en lo nuestro.
Desde hace algún tiempo la actitud de Luisa ha cambiado, se la pasa haciendo alusiones a temas sexuales, engaños y muerte.
Sospechamos que ya está enterada de nuestro triángulo amoroso con Jimena.
Al principio teníamos ciertos reparos, hacíamos las cosas de manera minuciosa, buscábamos lugares lejanos, ocultos, despoblados, amarnos a escondidas le daba a la relación un sabor más peligroso y excitante. Saber que Jimena se lo contaría a sus amigas los teñía de cierta morbosidad.
Que Luisa se enterara más que un temor fue siempre un incentivo para planear la forma de seguir adelante en secreto y más lujuriosamente.
Mientras pudimos mantener la cabeza en frío y manejar la situación decidíamos con quién de los dos estaría Jimena cada día, hasta que esto se empezó a convertir en una pesadilla que nos enfrentaba.
Ya no lográbamos ponernos de acuerdo y los dos queríamos tenerla siempre, así que resolvimos participar ambos de los encuentros.
Estamos inmersos en un drama. No tenemos paz.
Hasta hemos hablado de deshacernos de la chica y desde ayer, después del comentario de Luisa, permanecemos callados, pero cuando se cruzan nuestras miradas sabemos que los dos estamos pensando en lo mismo.


Malena Flores

domingo, 13 de octubre de 2013

La Raya Extremeña 3/3


     Abandonamos Badajoz con cierta nostalgia, para continuar nuestra ruta hacia el sur y llegar a otra importante localidad pacense: Olivenza. Destaca su arquitectura popular, compuesta por casas encaladas, generalmente de dos plantas, con buenas rejerías.


Iglesia de San Bartolomé
     El castillo, que está en pleno casco urbano, es muy bueno, y tiene una altísima Torre del Homenaje. Se conservan tramos de muralla con varias puertas de acceso. Entre sus iglesias destacamos la de Santa María Magdalena, muy bonita y con columnas helicoidales que separan las naves del interior.

     Seguimos nuestro camino para llegar a otro de los platos fuertes de la ruta: Jerez de los Caballeros. Pueblo blanquito, grande, de calles estrechas y empinadas y bella arquitectura popular típica de la zona. Sobre el casco urbano destacan sus cuatro torres: la de la iglesia de Santa María; la de San Miguel, barroca, de ladrillo; la de Santa Catalina; y, sobre todo, la de San Bartolomé, que recuerda por su forma a la Giralda de Sevilla, y que es una auténtica maravilla del barroco, con abundante adorno de cerámica policromada, al igual que la fachada.

    
Destaca también su muralla, en la parte más alta del pueblo, con sus almenas piramidales, al igual que sus buenos torreones. Parte de la misma se puede recorrer por el adarve, desde donde tenemos buenas vistas panorámicas de la localidad y todos los alrededores, y en su interior conserva buenos jardines, además del ayuntamiento.

    
Castillo y plaza de toros
Seguimos hacia el sur para llegar a Fregenal de la Sierra, con su bonita plaza, de la que forman parte el ayuntamiento y la iglesia. Al lado está el castillo, cuyo patio de armas alberga la rústica y bella plaza de toros, la cual se puede observar recorriendo el adarve de la muralla y los torreones que la flanquean.

     Después, recorriendo el casco urbano, disfrutaremos de su arquitectura popular, de sus palacetes rústicos, de sus buenas rejerías en los ventanales, de varias iglesias y ermitas, y pasaremos por la casa natal de Bravo Murillo, político del siglo XIX, donde hay una placa conmemorativa.

    
Castillo de Segura de León
Tomando ahora rumbo al este, y alejándonos por tanto de la zona fronteriza, llegamos enseguida a Segura de León, con su espléndido y bien conservado castillo. Recorriendo la muralla por el adarve disfrutaremos de sus almenas piramidales, de sus torres y de las extraordinarias vistas de toda la comarca, sobre todo desde la azotea de su alta Torre del Homenaje.

     No estará de más dar una vuelta por el pueblo, con su arquitectura típica y su bonita plaza y ayuntamiento.

     Llegamos ahora a Calera de León, cuyo monumento más destacado es un antiguo monasterio convertido ahora en hospedería. El casco urbano es otro buen ejemplo de arquitectura popular.


    
Monasterio de Tentudía
Desde este pueblo sale la carretera que sube al Monasterio de Tentudía, última parada de la ruta. Se trata de un pequeño edificio fortificado en cuyo interior está la ermita de Nuestra Señora de Tentudía, además de un bello claustro hecho todo de ladrillo. Un cartel informativo nos explica el curioso milagro del que proviene el nombre de Tentudía.

     Es este alto, con sus 1.104 metros de altitud, la cima de toda la provincia de Badajoz, y las vistas que nos ofrece son extraordinarias, incluyendo la cercana Sierra de Aracena en la provincia de Huelva.

     Ponemos aquí el punto y final a nuestra ruta ya que, si continuáramos, nos adentraríamos en la Comarca de Barros, y eso ya es arena de otro costal.

     Espero que les halla gustado La Raya Extremeña. Un saludo y hasta la próxima.

EL RURAL
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