sábado, 28 de septiembre de 2013

Al fondo de la botella

Y aquí estoy otra vez… sin energías, con la cabeza echada en la barra, imposibilitado de mover un dedo o de abrir los ojos, apenas unos pensamientos recorren mi cerebro. Ni siquiera puedo levantar la copa y consumir el trago que permanece intacto. Percibo que el barman y los meseros miran el estado penoso en que me encuentro. Como si acaso estuvieran muy lejos, oigo sus risas desenfrenadas y las tomo para mí. Es como estar en un lugar remoto, o al fondo de la botella.
¿Por qué nuevamente estoy en una situación deplorable? ¿Cómo es que soy incapaz de aguantar un período más? ¿Fui quien ingresó a la taberna engalanado, con traje cruzado y excelentemente acicalado? ¿Estaba óptimamente perfumado, espléndidamente peinado y sublimemente ataviado? Ahora no luzco adornado, nada tengo arreglado y el gabán he extraviado. El aroma ya no es agradable, me he despeinado y estoy sumamente embriagado.
Mi esposa ya no me quiere y se ha ido a Aruba, los hijos que me dio no confían en mí y hablan de Cuba. Quienes me dirigen tienen dudas y están perplejos, mis parientes desesperan y tratan de administrarme consejos. Debe ser por eso que aguanté cuatro días, mas no acepté ninguna sugerencia o guía. Ya imagino que la tasca ha quedado desolada, y a los empleados apurados para dejarla cerrada.
Quizás unos minutos más y pueda recuperarme. Quizás un poco de tiempo y esté por incorporarme. Quizá un esfuerzo adicional y de pie consiga quedarme. Después me percataré del sitio al que fui a parar y los sentimientos de culpa me invadirán. Todo por no dejar sin consumar, el vicio que solo y con pena me va a dejar. Cada vez  sucede y es muy tarde intentar otra cosa, tal como dar vuelta atrás y buscar una rosa. Y así… bebiendo la espumosa, como si fuera lámpara maravillosa, quedo al fondo de la botella, y no soy genio sino prisionero de ella.


Óscar Quijada Reyes

viernes, 27 de septiembre de 2013

Agripina

Había una vez una niña muy traviesa llamada Agripina. Agripina vivía en un jardín donde todo le estaba permitido, excepto una sola cosa: no podía quitarse sus zapatos. Los demás niños acataban la orden sin problemas, mas Agripina, que era muy curiosa, no pudo aguantar los deseos de saber el por qué. Luchó varios días por no incumplir la regla, pues sabía que de hacerlo la mandarían de regreso con sus padres. Pero no pudo controlarse y una noche, cuando ya todos dormían, se internó en su habitación y comenzó a quitárselos. Entonces se encontró con que no tenía dedos.


Amanda Rosa Pérez Morales

jueves, 26 de septiembre de 2013

Perder la cabeza

Perder una parte del cuerpo, ¡wow!, siempre me ha parecido bien difícil. Sobre todo porque la gente seguro comienza a mirar raro, y no falta el que termina excluyéndolo a uno de entrar a algún lugar o hasta los amigos, de pronto, ya no invitan a las fiestas y reuniones por esa razón.
En fin, que la preocupación me puede porque ayer C me dijo que perdió la cabeza por mí y yo digo, pero qué cosa más terrible, dónde habrá metido esa cabeza, qué calamidad. Yo, por lo menos, nunca perdería mi cabeza, eso sí que no, igual la tengo bien asegurada contra cualquier desborde emocional y todo eso, por si acaso, un seguro bien caro. Entonces no sé qué hacer, si ayudarle a C a encontrarla, pero es que tampoco es mi culpa y yo qué puedo hacer.
Lo más terrible de todo es que ayer N me comentó que disque C me ve y se le van los ojos, y yo digo, dios mío, pero cómo es eso, además también perdió la vista, pobre C, yo nunca pensé que eso pudiera pasarle a uno. La verdad es que yo me pregunto, ¿pero cómo será eso?, ¿se le van los ojos de la cabeza perdida o eso pasó antes de la pérdida? No lo sé, es muy angustiante.
Bueno, en fin, lo último que supe es que esto de perder las partes del cuerpo no tiene límites, porque ayer C me dijo que yo tengo su corazón y, ¡ay, dios mío!, vaya usted a saber dónde estará ese pobre, porque yo no lo vi nunca y no sé si fue que se me refundió con tanta cosa que hacer o qué fue lo que pasó, pero eso sí para qué se pone C a darle cosas a otro, uno también tiene que hacerse cargo de lo suyo, ¿no? Yo qué culpa, además ahí sí no hay vuelta de hoja, porque ayer pasó algo terrible y ya no soy responsable ni de mis propias partes. Ayer le dije a N: “soy tuyo”.


Tak Combative

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Perseguirán gatos callejeros

Mira con un solo ojo, igual que las palomas cuando acechan bocadillos sin dueño. Intenta disimular sus intenciones para poder escapar de la vigilancia a la que está sometida desde el último intento.
Arrastra un poco los pies mientras va avanzando hacia la puerta, juguetea con el jardín de las paredes eliminando pétalos dedo a dedo, descartando los no me quiere, simulando devoción al pintado oráculo, aunque en realidad su único empeño es llegar al pasillo y desde allá al zaguán que conduce a la libertad.
Sudor en los últimos metros. Se acelera el pulso y ligeros temblores acartonan los pasos dando lugar al trote ridículo del que empieza a andar o del que dejará de hacerlo.
Ella no se amedrenta, no se gira, no se para. Decide olvidar el ruido que hacen sus pies, decide que no la oirán, que llegará y sus manos responderán a las órdenes que dará su cerebro y podrán asir las llaves que cuelgan de la alcayata y sus dedos las rodearan y las podrá encastar en la cerradura y girará el pomo y la puerta se abrirá y podrá salir a tomar el fresco, a correr hasta el prado, a trepar a los árboles, a perseguir a un gato callejero, a coger flores para la abuela, a esperar a que Mateo pase camino de la escuela para que la mire y poderle sacar la lengua…  así  va avanzando, su mente cada vez más rápida, sus pasos cada vez más lentos.
María se le acerca desde atrás pero ella no lo sabe. Ella no la oye, inmersa en su huída no siente que nadie la observa. María se mueve con sigilo, camina tras ella poco a poco, un paso por detrás, con los brazos ligeramente separados y las manos orbitando en su cintura.
Así llegan a la puerta. El tiempo se detuvo hace años al igual que sus miembros que dejan de responderle y  que no le permiten alcanzar la llave que mira con dos ojos, desde la lejanía de la impotencia. María se adelanta de puntillas llegando así al llavero de su padre, hace saltar la llave del clavo,  la introduce en la cerradura y gira el pomo.
El aire fresco les arrulla el pelo mientras la pequeña acaricia las arrugas de su abuela. De la mano salen despacio camino al prado, quizás consigan perseguir a algún gato antes de que mamá se de cuenta de que se escaparon.


Nevis

martes, 24 de septiembre de 2013

Desde la tercera galeria IV


El director de la prisión se llama V. Es un hombre elegante, de camisa con iniciales bordadas, culto y afable. Se pasea solo por todo el recinto, y coincidimos a menudo en el patio y en la biblioteca. Siempre se interesa por lo que leo y hace como que no me ve si me sorprende escribiendo.

Una mañana, mientras camino dejando que el sol me entibie la cara, se me acerca y me pregunta si puede hacer algo por mí. Le sonrío y le digo que no, a menos que pueda proporcionarme una lima dentro de un bocadillo. Se ríe. Aprovecho para curiosear. Me dice que se pasea sin miedo a los presos porque antes de trabajar aquí ha conocido la política y la cultura y no puede haber en el penal personas más peligrosas que con las que ha tenido que bregar fuera.

Me hace alguna recomendación para leer y me invita a pasar por su despacho siempre que quiera. Sólo tengo que avisarle a él o a B., su secretaria. Se lo agradezco.

Permanece un rato callado, con la mirada perdida entre el puerto y el mar. Suspira. Me dice que en el mundo real ha pasado por infinitas cárceles no como alcaide, sino como preso. Por cárceles de amor y de desamor, de amistad y de traición, de sueños rotos y de despedidas dolorosas.

Pero enseguida se rehace, se enciende un cigarrillo, recordando siempre que empezó a fumar en legítima defensa, y me palmea la espalda. Se despide con un “Nunca olvides que más cornadas da el hambre” y se aleja. Pero no tarda en abordar a otro convicto. Él es así. Se regala a sí mismo a cada momento. La mejor forma de regalarnos a los demás lo mejor de sí.

Procesión

De obsidiana traen las pisadas, múltiples, turbias, y adornadas; batiendo el fango con la especial precisión de sus huellas, cargando en los hombros la yunta de cuatro costados de la piedra. Los sirvientes van ricamente ataviados, las armas cruzadas frente al pecho, el puñal de pedernal en la cintura. Atados con riendas de líquenes, que es de su menester cargar; y que en la caravana secunda a la sombra del gobernante caído.
La procesión marcha silenciosa, los sonidos del entorno pactan una tregua de silencio con la niebla, y hacen de aquella procesión una vistosa marcha a la soledad. Arriba hay lentos girones de lluvia, dedos húmedos que acarician la saturada vegetación en la que las gentes hienden su vereda matutina. Los guardias siempre en alerta, por si hay un súbito disparo en el accidentado el terreno. Y siempre en todos, el sudor y la humedad disueltos sobre el cuerpo oscuro y rollizo, salvo la sacra momia de su tiránico rey. A este último, lo llevan envuelto en un petate, sostenido no por yuntas sino por hombros de vástagos cabizbajos que se adentran junto con él en las cuencas selváticas de su otrora confín.
El mar ruge a lo lejos cuando llegan a la cúspide, el rocío salado les impreca a su rito. Un conjuro, un pasarse un ungüento, un excavar en la tierra de montaña cavidades para el rey y sus hijos; por ultimo una tea en llamas. Se acomodan sin decir palabra, bastándose con los ojos para suspirar, hasta que al fin el fuego, la lumbre esmerada en alcanzar sus corazones por el camino untado en la piel, previniendo que sigan palpitando. Les sigue parte de la comitiva; lentamente sacan las agujas talladas y las sumergen en aquella tinta negra y barrosa de una fruta fatal y la injertan en el corazón, el virtuoso veneno apenas les da unos segundos de respirar y partir. A estos los entierran, se les hace una sola fosa donde son arrojados con sus armas. Luego llevan la losa donde retozaba el rey y entre los cuatro sirvientes la colocan sobre la tumba del soberano. Hay una cierta piedad en sus ojos cuando la mole se hunde sobre la suerte del hombre despojado.
Al fin, no hay nada más que decir en el silencio, y quienes quedan desaparecen, se esfuman en la floresta, mueren desbarrancándose, se ahogan en algún cauce turbulento, o son estrellados contra los arrecifes. Pero en algunos hay cobardía o amor propio, y la legítima zozobra no les viene a tiempo. Son estos fantasmas los que sobreviven y le prenden fuego al bosque; las maderas crujen incitadas, y las masas de los montes son abrazadas por un tosco humo, ofuscando las incisiones del sol en los valles.
Tras el adagio y la conflagración, lentamente, uno a uno, van apareciendo en los pueblos, en las estancias y en las haciendas de encomenderos y demás esbirros. Ocupándose del maltrato, sea sobre sus cuerpos o, como capataces, sobre los ajenos. Pero ya nadie los recuerda, o si lo hace no dice palabra. Nadie se burla de los no muertos.
Y así, se esfuma un pueblo entero, sus gentes regadas como gotas de sangre en el rocío de la mañana de cielo terso.


01

lunes, 23 de septiembre de 2013

Fantasmas

Hay de vez en cuando retrocesos, momentos en los que regresamos un poco en el tiempo, bueno no en el tiempo dicho de una forma tan apegada a la palabra. Momentos en los que retrocedemos en la evolución que hemos llevado a cabo al transcurso de éste. Cosas que creíamos dejadas ya hace tiempo en el pasado, cosas archivadas, empolvadas y de preferencia apolilladas, las descubrimos de un momento a otro en nuestro escritorio. Ahí presentes, inconclusas, sin terminar de ser olvidadas. Aquí, enfrente tuyo, aquí siguen. El capítulo no se ha cerrado o eso aparenta.
He vuelto a preguntar, he vuelto a tener una ilusión, escuchar una canción: el suave sonar de una guitarra, las dulces armonías producidas por un sintetizador acompañadas por la seductora voz de una mujer, y, después de perderme en la alegría y belleza de la música me pregunto, o mejor dicho, le pregunto a la nada:
–¿Dónde estás? ¿Cuándo llegas? – y en ocasiones escucho una respuesta.
– Estoy con otro, te cambié, de esto ya hace tiempo, pero me gustaría que pudiéramos seguir siendo...
– Cállate. A ti nadie te habla ya. No tienes cabida ya en mi mente desde hace tiempo.– Sin embargo en ocasiones escucho ese fantasma, esa proyección de esa ausencia que yo creía ya ignorada.
Porque a quien yo le hablo, a la que espero que me conteste es el próximo amor que ha de llegar. Tal vez me ilusiono tanto al escuchar la música por eso mismo, porque estoy esperando o me estoy ilusionando con las alegrías que ha de traer el futuro. El pasado es en ocasiones mejor olvidarlo y de verdad que estoy librando una batalla con los recuerdos para dejarlos archivados en el rincón más abandonado de mi cabeza, ahí dónde las ratas roen imágenes y sentimientos. Puedo decir con orgullo que la voy ganando, pero crecí en un mundo donde se cree en fantasmas y estos de vez en cuando se aparecen.
– La otra vez me pareció verte, creí haberte identificado, pero no estoy seguro. ¿Eras tú? ¿Tienes ahora el cabello rubio? – soy un romántico, eso no lo niego. Heme aquí hablándole a la nada como si le hablara a una mujer. Miento, no le hablo a la nada, le hablo a una ilusión.
Pero si es que he aprendido algo con el tiempo es que las ilusiones muy fácilmente se convierten en fantasmas.


Ricardo Hurtado Meza

domingo, 22 de septiembre de 2013

ZIRYAB (El cantor de Bagdad)



De arte que a mis ojos pasa,
el buen beber y el buen yantar.

          Comensal invitado eres para degustar las viandas y caldos de esta tierra. Obedeciendo, como dice Antonio Muñoz Molina, a una “gradación ritual de un primero, un segundo y un tercer plato concluido por golosos postres”.

          Ritual protocolario que se debe a ABU HASAN ALI BEN NAFI, conocido como el cantor de Bagdad y llamado ZIRYAB por su morena tez y fina voz, semejantes a las del mirlo. Llegó este dandy del siglo IX a la Córdoba de Abd Al Rahman II en el año 822 trayendo las últimas modas de oriente: el ajedrez, la pasta de dientes, las cremas y perfumes para hombres, los vestidos de vivos colores, música, canciones, etc.

          Como un auténtico innovador cambió los usos y costumbres en la corte cordobesa, estableció novedosos protocolos como el de comer tres comidas al día, siendo la central, al medio día, la más importante. Impuso una presentación de la mesa con finos manteles, vasos de vidrio, cubiertos y vajilla según los alimentos. Propuso el orden en que se servirían los platos; el primero (sopas, entremeses, ensaladas), el segundo (carnes y pescados) y el tercero o postre (frutas, dulces y licores). Gracias a él hoy seguimos este orden gastronómico en todo occidente.

BUEN PROVECHO 


El Andalusí
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.