Y aquí estoy otra vez… sin energías, con la cabeza
echada en la barra, imposibilitado de mover un dedo o de abrir los ojos, apenas
unos pensamientos recorren mi cerebro. Ni siquiera puedo levantar la copa y consumir
el trago que permanece intacto. Percibo que el barman y los meseros miran el
estado penoso en que me encuentro. Como si acaso estuvieran muy lejos, oigo sus
risas desenfrenadas y las tomo para mí. Es como estar en un lugar remoto, o al
fondo de la botella.
¿Por qué nuevamente estoy en una situación
deplorable? ¿Cómo es que soy incapaz de aguantar un período más? ¿Fui quien
ingresó a la taberna engalanado, con traje cruzado y excelentemente acicalado?
¿Estaba óptimamente perfumado, espléndidamente peinado y sublimemente ataviado?
Ahora no luzco adornado, nada tengo arreglado y el gabán he extraviado. El
aroma ya no es agradable, me he despeinado y estoy sumamente embriagado.
Mi esposa ya no me quiere y se ha ido a Aruba, los
hijos que me dio no confían en mí y hablan de Cuba. Quienes me dirigen tienen
dudas y están perplejos, mis parientes desesperan y tratan de administrarme
consejos. Debe ser por eso que aguanté cuatro días, mas no acepté ninguna
sugerencia o guía. Ya imagino que la tasca ha quedado desolada, y a los
empleados apurados para dejarla cerrada.
Quizás unos minutos más y pueda recuperarme. Quizás
un poco de tiempo y esté por incorporarme. Quizá un esfuerzo adicional y de pie
consiga quedarme. Después me percataré del sitio al que fui a parar y los
sentimientos de culpa me invadirán. Todo por no dejar sin consumar, el vicio que
solo y con pena me va a dejar. Cada vez sucede y es muy tarde intentar otra cosa, tal
como dar vuelta atrás y buscar una rosa. Y así… bebiendo la espumosa, como si
fuera lámpara maravillosa, quedo al fondo de la botella, y no soy genio sino
prisionero de ella.
Óscar
Quijada Reyes