viernes, 1 de marzo de 2013

Paisajes desde el Tren 4- Primavera


Después de un tiempo sin coger el tren se hace extraño el volver a subirse a uno, sobre todo si ha habido cambios: cambio de oficina, de horario, de estación, de compañeros, de rutina... Es como volver a empezar; el horario que tan bien te conocías ya no sirve, no conoces las estaciones por las que pasas, los horarios reales no coinciden con los oficiales y el perder un tren supone media hora de espera, y media de retraso...

La primavera ha ganado el pulso al invierno, una primavera de verdad, una de esas primaveras locas en las que tan pronto llueve como hace un sol de justicia, esas primaveras de antes, en las que la vegetación estaba rebosante de vida, plena de belleza, esplendorosa.

La gente ha cambiado con el cambio de estación: la última vez todo el mundo iba con ropa de abrigo y ahora, ¡bendita primavera!, se ven camisetas cortas, escotes, ropa ajustada..., no sé por qué, pero las mujeres están más atractivas… ¿Será la ropa, serán las hormonas, serán mis ojos…?

Como siempre, busco un asiento que me permita observar el paisaje. Tengo suerte, pues el tren está lleno, pero al lado de la ventana hay un asiento libre que me está esperando. Siempre llevo algo para leer, pero, como casi siempre, es más poderoso el paisaje. Guardo el libro y miro. El sol luce con una intensidad cegadora, haciendo los colores más intensos. Grandes praderas verdes, de hierba alta, se extienden por doquier, entre la hierba asoman la cabeza margaritas, amapolas y esas flores violetas de cuyo nombre nunca me acuerdo. Más adelante, grandes extensiones de monte bajo, sobre todo jaras de delicadas flores blancas.

En los montes del Pardo, entre las encinas, se ven pequeños grupos de ciervos pastando tranquilamente, sin prestar la menor atención al tren, ¿cuántas veces lo habrán sentido?, ¿cuántas lo habrán visto? Los jabalíes no aparecen, pero como dicen los gallegos: haberlos, hailos. Quizá se encuentren en la profundidad del bosque, escondidos de la escopeta del cazador. La misma rapaz de la otra vez vuela en el mismo lugar y hacia el mismo lado, como si el tiempo se hubiera congelado un par de meses atrás. No sé por qué esa visión me tranquiliza: después de unos meses sin tren, todo se ha movido para seguir igual.

Cientos de caminos se entrecruzan escalando lomas, sorteando valles, comunicando vidas. El Sol calienta, es primavera. Hay vida.

Eduardo Martínez Sotillos

jueves, 28 de febrero de 2013

Jueves, 28 de febrero de 2013


"El pasado me ha revelado la estructura del futuro."

Pierre Teilhard de Chardin

miércoles, 27 de febrero de 2013

Planta 43

Sentado en el banco del parque rememoraba la historia.

Todos los días coincidía con ella en el ascensor, exactamente a las diez y media de la mañana. Se saludaban, levantaban la barbilla para dejar la vista en un punto cercano al marcador de los pisos y salían al soportal de la Torre. Trabajar en las plantas superiores del edificio más alto de Madrid es una buena forma de controlar el tabaquismo, porque se perdía la mayor parte del descanso bajando y subiendo.

Ella tendría unos cincuenta años, pero era una belleza de ojos enormes, de curvas sinuosas, de labios sensuales. Él, veinte años más joven, tenía que reconocer que lo que le despertaba, en cada ascenso y descenso, era deseo. Deseo puro y duro, deseo animal, deseo descarnado, deseo cruel, deseo brutal. Para acentuar su deseo, ella siempre vestía minifaldas ceñidas y abismales escotes. Así que bautizó aquellos trayectos como “las travesías del deseo”, y, una vez sentado al volante de su coche en el garaje, casi cada día, su último recuerdo antes de volver a casa era para ella.

En un rascacielos de cuarenta y cinco plantas, por muy ligero que viaje el ascensor, el trayecto de la última al subsuelo lleva un puñado de minutos y siempre hay paradas intermedias en las que entra y sale gente. Pero aquella tarde en la que el invierno se empeñaba en disfrazarse de invierno, con su sombrero de nubes grises, su capote de lluvia y su bufanda de viento, todo fue distinto.

Las luces de las oficinas ya se habían apagado y el ruido amortiguado de personas en movimiento y máquinas en actividad había desaparecido. Cuando coincidieron en el hall de la planta cuarenta y tres, le pareció más hermosa que nunca. Ella le miró fijamente. Se abrieron las puertas, entraron, se situaron muy cercanos y el clic metálico del ajuste de la cancela del camarín y el golpe en el pulsador de la planta sótano fueron los pistoletazos de salida de la lujuria. Le besó la boca, le mordió los labios, enlazaron las lenguas, las manos se recorrieron las orografías palpando lo palpitante, los botones de la camisa y el cierre del sujetador fueron víctimas de la pasión, hundió la cara en sus pechos, le subió la falda hasta la cintura y le arrancó la última prenda interior que le separaba de su objetivo, y ella no fue menos y le despojó de todo, y le acarició con los dientes y le tatuó la espalda con las uñas, y le ofreció su dorso y él se dejó absorber por su calido interior, mientras la música de los jadeos y los gemidos se confundía con los acordes de Kenny G.

No se dieron cuenta de que la puerta estaba abierta hasta que el atónito chofer uniformado no pudo evitar exclamar:

- ¡Señora Directora!

Sentado en el banco del parque pensaba donde podría encontrar otro trabajo.

martes, 26 de febrero de 2013

Martes, 26 de febrero de 2013


"No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí."

Joan Manuel Serrat

lunes, 25 de febrero de 2013

Press enter



Repasó de nuevo el protocolo. Activar la fuente de alimentación, iniciar el programa, configurar el sistema, introducir clave y contraseña, acceder a la interfaz. Todo correcto.

Colocó cuidadosamente los dos sobres sobre la mesa. Se sirvió un Chivas con mucho hielo, se encendió un cigarrillo y se quedó mirando los dos sobres. Pensó en lo que había sucedido en su vida en las dos últimas semanas.

Primero, la muerte de su madre. Su último familiar y el más querido. Siempre pendiente de él, hijo único. Además de infinidad de caricias, la preocupación constante y la pregunta repetida y respondida cada vez: “¿Hijo, tú eres feliz? Pues haz lo que te haga feliz y olvídate de lo demás.”.

Luego, la deserción de Maite. Una hoja de papel sobre la colcha explicando que ninguno de los lujos con que la agasajaba podía compensar su soledad, mientras él ganaba más y más dinero para agasajarla con más lujos. Una despedida casi neutra “Con cariño” y sin dirección de destino ni teléfono de contacto.

Por fin, aquella oportunidad. En el sobre blanco. El pago por destruir todos aquellos datos confidenciales que comprometían a políticos y financieros. Abrió el sobre. Contenía información privilegiada sobre la publicación, el próximo lunes, del hallazgo del que, probablemente fuera el mayor yacimiento petrolífero aún por explotar en todo el mundo, en aquellas tierras yermas de La Gomera. Dejó los documentos sobre la mesa.

Abrió el sobre amarillo. El pasaporte con su fotografía y un nombre distinto, la llave de la casa en aquella playa remota, carné de identidad, permiso de conducción, tarjeta sanitaria, dos mil dólares en billetes de cien usados y no correlativos y un pasaje de avión.

Apagó el cigarrillo. Tecleó en la ventana del programa de la bolsa la adquisición de las acciones de la compañía propietaria de aquellas tierras canarias. Realizó el abono con cargo a la cuenta de la sociedad de paja creada por aquellos banqueros y gobernantes. Validó la operación con la firma electrónica de dos de ellos, que tenía a su disposición por motivos inconfesables. Para luego validar con las mismas rúbricas el traspaso a dos nuevas cuentas.

Se encendió otro cigarrillo y se sirvió otro Chivas, antes de rellenar las casillas en blanco de los nuevos dueños de aquella fortuna. Se acordó de su madre, y se sintió feliz, mientras escribía “Cáritas España” y “Médicos Sin Fronteras”. Presionó la tecla “Enter”. Y sonrió.

Unas horas después, viendo a través de la ventanilla el azul del Océano Índico, le dio las gracias en silencio a su madre y decidió que lo primero que haría sería buscar a una mujer que le hiciera feliz y a la que él hiciera feliz.
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.