Hoy se ha completado el ritual del Año Nuevo. Doce uvas y una copa de cava, doce campanadas y Feliz Año Nuevo. Pero me pregunto porque no disfruto del ritual como en el pasado. Será porque ya lo he completado casi cincuenta veces. O porque he perdido la fe en que los buenos deseos basten para que las cosas vayan bien. O tal vez porque acabo por pensar eso de un día más, un día menos, pero en años. No lo sé.
Y me rebelo contra ello, porque tengo la impresión de que no puedo dejrles que nos roben lo último que nos queda: la alegría. Nos golpean por todas partes. Ya nos han robado la esperanza, el futuro, el dinero, las espectativas, los sueños... Y ahora, en una noche triste, tengo la impresión de que falta poco para que me roben también la alegría.
Hoy es otro día, otro mes y otro año... Ojalá sea otro tiempo. El tiempo de la alegría. Es tiempo de apretar los dientes y resistir, y de luchar, y de no rendirse. Y de poner en marcha la fabrica de sonrisas, porque contra eso, no tienen nada que hacer.
Feliz 2011... si puede ser...
Hace años que lo del año nuevo no me dice nada, de hecho el pasado 31 de diciembre de 2009 me fui a dormir a las 22:30. Y normalmente ni siquiera tomo uvas, que sólo me gustan fermentadas y embotelladas; si acaso conguitos o similares. Seguramente también he perdido la fe.
ResponderEliminarY lo de los propósitos para el año nuevo, peor, nunca los cumples, y siempre tengo la amarga sensación de que lo que viene no va a mejorar lo que dejamos atrás.
Quizás todo viene por la manía que tenemos de querer establecer hitos y puntos de inflexión.
Sí, definitivamente para mí es una noche más triste que alegre, que suele recordarme lo que no tengo, además de los fracasos y las amarguras.
Casi prefiero medir los días, y no los años, pero de todos modos, y por si acaso, feliz 2011.