Mike Hammer ya se pasa tres pueblos. Este ya no es duro, es diamantino, y solo conoce su propia ley. Las demás no le preocupan lo más mínimo. Los matones se arrugan a su contacto, y las mujeres poco menos que se deshacen como azucarillos. La policía no es un obstáculo cuando Mr. Hammer tiene un trabajo que completar. Y no hay labios, por sensuales que resulten, que le demoren cuando se ha fijado una misión.
Aquí alguien comete el error de matar a su mejor amigo. Y el juicio queda visto para sentencia cuando Mike Hammer le ve muerto. Porque él es el Juez, el jurado, el perito, el testigo y el verdugo.
Clásica y entretenida.
Tomaré nota, como decía Stacey Keach...
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