Abrumado por el aluvión de informaciones que nos asaltan desde los medios de comunicación, he salido de casa con la inquietud manifestándose en retortijones espasmódicos de tripas y un súbito tic que afecta al párpado de mi ojo izquierdo, y que me ha costado varias miradas sorprendidas de señoras y señoritas que, al cruzarse conmigo, han pensado que las requebraba de esta tan tradicional guisa.
Mi primera parada ha sido en el bar de Mariano, que, sin dejar de limpiar los vasos a base de salivazo y restregón con bayeta putrefacta, ha intentado convencerme de que la prima de riesgo es una que tiene su mujer, que es más fina que las gallinas, y a la que, por el peligro que tiene, la llaman así. Me he terminado el café, no sin escupir la nata y algo parecido a las patas traseras de una cucaracha, que Mariano dice que son posos pero yo no me lo creo, y he salido de nuevo a la calle con más confusión que traía y, por que no decirlo, arcadas del asco que me ha dado el "tropezón" y la oferta de presentarme a la susodicha.
Nepomuceno, el kioskero, futbolero recalcitrante, me ha ofrecido otra explicación. Esta es una chica de Donostia, hija de una hermana de la madre de Asier Riesgo, portero muchos años de la Real Sociedad y que actualmente milita en el Osasuna. Pero no ha podido explicarme en que se basa la afirmación de que está fuera de control, y lo ha resuelto diciendo que las chicas de ahora están todas disparadas y que ya no quedan hembras como las de antes.
Me he acercado a la caja de ahorros, por ver si el director, Dionisio, podía ilustrarme en la materia. De una breve entrevista con él he obtenido dos resultados: que "prima" es el femenino de "primo", que es una de las formas en que tanto financieros como delincuentes comunes llaman a los "julais" y riesgo es el que he asumido yo al entrar tan alegre a una entidad crediticia, y la evidencia es la firma de un contrato por el que les cedo todos los intereses que genere mi cuenta corriente en los próximos setenta años a cambio de una sartén, muy bonita, eso sí. Dioni dice que eso es otro invento para acogotar al personal y que para prima la que cobra él por "asesorar" a pardillos como yo.
Así que me he quedado un rato sentado en un banco del parque pensando que quien me manda tratar de desentrañar los arcanos de la economía globalizada. Al rato, un anciano que decía llamarse Ricochet, o Pinochet, no, creo que Trichet, se ha sentado a mi lado y, sin dejar de hacer migas una barra de pan duro, me ha endiñado una conferencia sobre lo poco que le queda para jubilarse y lo que se ha divertido todos estos años haciendo declaraciones desconcertantes por el mero placer de ver como palidecían ministros de finanzas y jerifaltes de agencias de calificación. No le he entendido nada y me ha puesto la cabeza como un bombo. Y encima me ha cagado una paloma que venía a por el cuscurro de la barra.
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