Soy Diógenes de Sinope. Soy un viejo barbudo que vive en una tinaja y se exhibe impúdicamente en mitad del ágora. Nadie es perfecto. Pero también soy un loco que, pertrechado con una linterna, busco entre las tinieblas a un hombre honesto o, lo que es lo mismo, la verdad desnuda y abierta en canal.
Anoche encendí mi candil y, bajo el cono de luz, encontré a Alicia. Con sus labios sensuales, sus ojos azules de cielo de invierno, su voz de azúcar, disfrazada de bruja que mezcla palabras en un caldero, que las cuece a fuego lento y cocina con ellas la belleza. Me habló del pasado, de los que emprendieron el viaje sin pagar billete, de cómo una niña puede forjar un ídolo golpeando con su inocencia una ilusión, de cómo una hechicera puede robarte el alma con un gesto austero, de cómo un deseo pueden ser dos iguales. De cómo se lleva una carga pesada sobre pies más ligeros que los de Aquiles, de cómo Saturno puede llegar a devorar a sus hijos fingiendo besarles, de cómo se puede arrojar al aire una moneda y que caiga de canto…A punto estuvo de hipnotizarme, a punto estuve de creerla, olvidado de mí mismo en el canto de la sirena.
Pero descubrí, bajo su túnica gris, las punteras rojas. Alicia me engañaba…Alicia es Dorothy, con sus zapatos de diamantes, que pueden llevarla a cualquier parte. Alicia es la huérfana, la niña que se escondió del tornado en el cuarto de los libros, donde aprendió a jugar con las letras que componen las palabras, con las palabras que componen las frases, con las frases que componen las leyendas de las que exprime sus embrujos…Alicia es Dorothy, oculta tras unas lentes que le sirven para desvestir las historias que los demás contaron con la vana pretensión de contarlas como ella las cuenta. Y Rick, Roy y yo mismo somos tres espantapájaros, tres leones cobardes y tres hombres de hojalata a los que encontró por el camino, y a su lado seguimos persiguiendo cerebros, corazones y corajes.
Porqué Alicia nunca ha bebido del frasco que te hace gigante ni ha fumado el narguile del gusano, no sabe jugar al críquet y las reinas no piden su cabeza, sino que inclinan la suya al escucharla. El sombrerero loco y el conejo blanco son sombras que Alicia/Dorothy dibuja en la pared intentando volver a asustarse, aunque ya sabe que el miedo se fue desde el día que pronunció su primer conjuro. Alicia es Dorothy jugando con el perro que lleva al destino por collar y buscando al mago de Oz, para decirle en la cara que los más hermosos arcoiris los compone ella con siete palabras y que sólo ella pude decidir donde está ese “algún lugar al final del arcoiris”. Alicia es Dorothy y desde que tuvo uso de razón le arrebató la escoba voladora a la malvada de la película, aunque ella aún no se haya dado cuenta.
Alicia, no puedes engañar a este perro viejo y cínico, valga la redundancia. Porqué sé que has decidido pintar el mundo de verde, que es el color de la esperanza, y porqué tus fuegos fatuos son sólo castillos de luces, que nos dejan a todos boquiabiertos, y porqué, bajo la luz de mi farol, luces como una mariposa.
Que descanses, Alicia. Deja que los sueños se apoderen del sueño y dales esa forma que sólo tú sabes darle. Y permítenos seguir aprendiendo.
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