Siempre que se acercan las entrañables fiestas navideñas todos experimentamos sensaciones muy especiales, motivadas por los cambios transitorios que se producen en todos los ámbitos de nuestras vidas. Dejamos a un lado los sentimientos malos y recogemos los peores. Todo esto es un eufemismo para decir que cuando aún no han empezado estamos deseando que se terminen.
Uno del los momentos más celebrados en las navidades es el día de la lotería.
La mayoría de los ciudadanos no jugamos a la lotería en todo el año, pero cuando se acercan las navidades sufrimos un furor irracional por comprar billetes, décimos o participaciones. Uno de los motivos más típicos es la envidia: comprar por si acaso, no sea que vaya a tocar en la oficina y nos quedemos sin; o el clásico conocido atorrante que compra un décimo en un establecimiento, y nos vemos en la obligación de comprar también, por el mismo motivo. Y luego las participaciones de los colegios, asociaciones, etc., en los que para jugar 3 euros tienes que pagar 15 con el fin de subvencionar el viaje de fin de curso a Bora Bora.
En fin, que este año no sabía dónde comprar los décimos, si en Doña Manolita, Doña Francisquita, el Barbarella’s, o en la administración de lotería nº 2 de Ulan Bator. En las primeras había una cola que daba dos vueltas a la Puerta del Sol con doble tirabuzón y por el Barbarella’s no debo aparecer durante una temporada. Y como Ulan Bator me quedaba un poco a desmano decidir pillarlos en el Guarreras, que es uno que tiene una tasca al lado de mi casa y cobra un recargo de 1 euro por cada décimo, para “obras benéficas”; quiere decir que es para financiarse las obras de su casa, que son benéficas para él. Total, que más me da.
Una vez que los hemos adquirido, en cuanto podemos le pasamos los décimos por la chepa a un jorobado o por la tripa de una gestante. Esto no tiene una sólida base científica, pero socialmente hace que los jorobados sean un grupo de población más respetado por esa propiedad de dar fortuna (o Ducados); y en cuanto a las embarazadas, refuerza esa imagen tan optimista de que un hijo viene siempre con un pan debajo del brazo. Lo que no está estudiado es si a una madre a la que le pasen 200 décimos por la barriga le sale un hijo ludópata.
La lotería lleva consigo una serie de rituales y tópicos que se mantienen por los siglos de los siglos (amén). Eso de que “mira, he comprado el 22333. Qué bonito es”. ¿Qué bonito es? Bonitos son los muslos de la camarera que el Guarreras tiene en el bar. Y si es capicúa, entonces nos volvemos locos; como si las bolas de los capicúas pesaran más. Y ya se sabe, nadie quiere el 00034, el 99791, o similares. Todo muy racional.
Después llega el día del sorteo y somos testigos de la parafernalia de los bombos, y de la gente que va a ver si el número al que juegan está ahí. Sólo se me ocurren dos o tres cosas menos interesantes en que perder el tiempo que ésa. Aunque al menos el día del sorteo podemos apreciar una profesión tan respetada y compleja como locutor de la lotería; si me dedicara a eso supongo que tendría que estar varias semanas antes del sorteo haciendo acopio de banalidades carentes de interés, lugares comunes y más tópicos para retransmitirlo.
Y esto es lo mejor. Los niños de San Ildefonso. Jugamos a la lotería, pensando que esta vez sí nos va a tocar, sin saber que los niños de San Ildefonso tienen cuarenta y siete años y son una peligrosa secta de liliputienses conchabados con Hacienda y unas cuantas administraciones para forrarse a costa de los que queremos salir de pobres.
Pero la verdad es que hay gente que tiene mucha suerte. Personas como Lorenzo Sanz, o Carlos Fabra, a los que les toca siempre la lotería. Pero no la pedrea, como Vd. o a mí, sino unos cuantos milloncetes. Seguro que se lo merecen.
Y si lo mejor eran los niños, lo peor viene cuando se termina el sorteo. Qué aliviados nos sentimos cuando después de saber que, como siempre, no nos ha tocado y hemos recuperado sólo 10 euros de los 500 que hemos jugado, la televisión nos dice que el gordo ha estado muy repartido; todos los canales entonces nos sacan reportajes sobre grupos de personas a los que tanta falta les hacía, y eso nos conforta de no haber sido nosotros. Y luego las familiares imágenes del alborozo en los bares con la gente rociándose con champán frente a las cámaras porque les ha tocado. Tengo una voluntad anticipada firmada ante notario que dice que si alguna vez me toca la lotería y salgo borracho en la tele con un matasuegras mis familiares estén autorizados a ingresarme en un centro, para que no lo vuelva a repetir. Ese día el telediario concede a la lotería 25 minutos, y da igual si la cuñada de riesgo ha aumentado 8000 puntos básicos, si ha naufragado un ferry en el Noguera-Ribagorzana, o si Mourinho se ha convertido al zoroastrismo metodista. Lo importante es lo otro.
Maldito calvo…
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