Todos los libros han sido escritos. Todos los árboles plantados. Todos los sueños, soñados. Llueve melancolía por lo perdido y sólo escampa para que la tristeza por lo que has de perder te enfríe los huesos y poder volver a llover. Al fin y al cabo, esta mala racha pasará para dejar paso a otra peor. Se han callado los pájaros para que el agua cante su canción al chocar contra el suelo. Es una muestra de respeto.
La mujer que plancha frente a mi ventana se asoma para mirar como los charcos bullen con rabia, revancha al estío que ha dejado secas hasta las almas. Y el gato merodeador que se pasea por los tejados contempla con indiferencia desde debajo de un alero como la tierra parece cocerse gota a gota.
Seguro que en algún lugar de la ciudad, una Señora Azul piensa que también la Naturaleza ha tramado un plan contra ella, mientras un vagabundo enjuga sus lágrimas a golpe de tetrabrick, al ver su casa de cartón convertida en pasta.
La luz se ha bañado en ceniza, y un suicida indeciso medita en el Viaducto si hoy es un buen día para morir. En el parque, los niños se ensañan con sus botas de agua, y parecen pescadores enanos perdidos fuera de un barco perdido en el océano enano del Manzanares.
Los mentirosos no pierden la oportunidad de contar que es lluvia reciclada, fruto de las políticas de racionalización del gasto de la Administración , y aprovechan para despedir al conductor del camión que riega las aceras cuando los ciudadanos duermen el sueño de los indolentes, nunca el de los justos.
Solamente una urraca pendenciera recorre, impasible, los parterres, con un infinito desprecio por los paraguas y por los asustados bailarines que se esconden debajo.
Llueve sobre Madrid. Como Hilario Camacho, que sólo estás en medio de tanta lluvia. Ni la Virgen de la Cueva ni las nubes se levantan. Todos los momentos se perderán, viejo Roy, convertidos para ti en lágrimas artificiales que manan de un envase de plástico. Llueve con desdén, llueve sobre mojado, llueve lluvia color desesperanza.
Por eso amo la lluvia, porque nada le importa ser amada. Fiel a su destino, se empecina en tomar por la fuerza de la perseverancia todo lo que es suyo, indiferente a un futuro en el que llegue un sol abrasador obcecado en evaporarla. Porque volverá otra vez, precisamente gracias a quien la convierte en vapor. Empapando a los amantes, a los despechados, a los soberbios, a los olvidados, empapando en paradoja a los meteorólogos y al pastor que miraba los vientres de las nubes para saber si vendría.
Llueve por fin. Llueve por principios. Llueve con o sin rogativas. Llueve sobre Madrid.
Qué sensibilidad tienes. Preciosa esta lluvia, la más hermosa que nunca me haya mojado. Pura y tremenda poesía urbana.
ResponderEliminarUn saludo.