Cada
vez que se daba a conocer, reflejaba una irresistible personalidad que rayaba
en la simpatía, sensibilidad y atracción física. Era la mezcla perfecta en una
mujer. Con su casi metro sesenta y seis décadas recién cumplidas, proyectaba la
imagen de una dama elegante y sin exageraciones de joyas. En las reuniones
sociales, atraía la atención de los hombres que la escucharan con su timbre de
voz entre alegre y sensual. Era la mezcla perfecta de madre cubana con cuerpo
de abundante negra torneada y acento mexicano por parte de padre, solo que ella
era de tez caucásica, ojos verdes, nariz prominente casi helénica y unos labios
que parecían dibujados a mano.
Quien
no la conociera, la confundía con una diva, o la embajadora francesa o quizá la
cónsul cultural de una nación árabe. Cada vez que asistía a algún evento
social, donde abundaban guardespaldas, solía olvidar la invitación pero llegaba
sola y con paso firme y sonriente saludaba a la vigilancia que le abría el paso
sin pedirle contraseña ni invitación en mano. Al contrario, uno de ellos se ponía
a sus órdenes llamándola madame o
embajadora. Ambos le calzaban.
En
un instante, se veía rodeada de los anfitriones de la fiesta y un séquito de
curiosos hombres en descubrir quién era esta hermosura. Tenía esa rara virtud
de armonizar belleza física, buen humor, sensibilidad y un bagaje cultural producto de su labor
como secretaria académica de una universidad gastronómica en la ciudad de México.
Como era de índole privado, a ella la enviaban a recibir y acompañar a las
visitas para darles un tour turístico y hacer más acogedora la estadía de los
visitantes.
Era
viuda y madre de dos hijos que ya habían emprendido vuelo manteniendo con ellos
una constante comunicación llena de afecto y detalles afectuosos. Ese era su
talón de Aquiles. Cada vez que el menor de 37 años, residente en Miami, le
llamaba para decirle que se había peleado con su esposa, rompía en llanto
mientras escuchaba a su querubín ahogado en llantos dándole la queja a miles de
kilómetros. En cambio, el mayor pertenecía en forma discreta a la minoría gay
reflejando una personalidad llena de talento artístico y un humor que rayaba en
la fina ironía social. Ambos se complementaban muy bien y cada vez que su
hermano menor llamaba para dar la queja marital que no variaba demasiado de la
anterior, su hermano le decía que la mandara a la chingada y que se dejara de
llorar como magdalena.
Cada
vez que llegaba el fin de semana, montaba en su vehículo una coqueta canasta
con un para de botellas de vino, latería,
frutas y queso y llamaba a su amigo, un sudamericano diez años más joven que
ella de profesión cocinero y tomaban rumbo a una casa de campo herencia de los
padres de ella. Allá les cambiaba el mundo. Mientras él cocinaba y horneaba pan,
ella se dedicaba a podar sus buganvilias y escuchar toda la música romántica de
su época de juventud. Disfrutaban al máximo alejados del mundanal ruido y
contaminación capitalina.
En
cierta reunión, en casa de su hermano empresario, hace gala de su presencia de
diva e irresistible mujer adoptando el papel de anfitriona dando muestras de
gracia y simpatía. Recibía con tal espontaneidad a los recién llegados que
estos disfrutaban sintiéndose alagados, hasta que nuestra querida dama presenta
a unas mujeres que ya estaban sentadas confundiendo a una de ellas de gesto
duro y cara de pocos amigos como el esposo, mientras sonreía y la señalaba con
la mano en forma de suave aleteo. La mujer, herida en su orgullo de esposa, le
responde con un vozarrón digno de un esposo enfadado “¡¡eeh, yo soy la
esposaaa!!
Sin
inmutarse y con una franca sonrisa de oreja a oreja le contesta dulcemente “para
el caso es lo mismo” y pasen por acá que tenemos a otros invitados y siéntanse
como en su casa y continuó su rol de simpática y graciosa anfitriona sin darse
cuenta de la pequeña confusión. No debo contarles cómo se transformó la jeta de
la ofendida que variaba del rojo al rojo candente. Quien le manda a ser poco
agraciada y reflejarlo en su gesto adusto
y enfadado. No todas nacen tocadas con la varita mágica del equilibrio
perfecto en belleza femenina.
Publicado por TALLO DE LAS PITRAS (Cartagena de Indias, Colombia)
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