La fotografía que acompaña este texto es
del Pandacia. Es el equipo de fútbol en el que jugaba mi padre, allá por los
años 50, cuando sus piernas no estaban aún condenadas a no poder caminar. Se
llamaba así porque en él jugaban "la panda", sus amigos de la
infancia, que todavía siguen siéndolo, y Cía, un grupo de conocidos que
completaban hasta llegar a 11.
Jugaban la liga en una división que ahora mismo no puedo definir,
tal vez una Regional, por los campos, en su mayoría de arena, que trufaban
Madrid.
Mi padre, Pepe, es el primero por la derecha, de la fila superior.
Bajo mi padre está mi tío Juan; también Eduardo Campos, que con su sabiduría
supo guardar este tesoro de foto, Joaquín de la Torre, Manolo López Marugán,
Paco Cerrada, Luis Burriel, También "Pajarito", el portero, que dicen
que era muy bueno, aunque no recuerdan su nombre. Y otros, a los que no llegué
a conocer.
La instantánea es conmovedora por la juventud, que apabulla, de
personas que ya han muerto, o que ahora tienen más de 80 años, la fuerza del
que se va a comer el mundo. Es la muestra de que hemos de aprovechar el
presente porque inexorablemente el tiempo nos alcanzará.
Y también es un réquiem por el fútbol de verdad. El fútbol ya
existía entonces, pero no había televisión. Los árbitros se equivocaban, los
defensas entraban duro, y los sistemas incluían cinco delanteros.
Los chavales iban de campo en campo, pero los padres (y mucho
menos las madres) no montaban espectáculos ni agredían a nadie. No existía
tanta hipocresía, las cosas eran de verdad.
Y los equipos profesionales también eran distintos. Existían
rivalidades, no odios. En Madrid, los aficionados se dividían entre el Real y
el Atlético, pero no existían (o eran testimoniales) los antimadridistas; de
antiatléticos no había noticia. Incluso, me cuenta mi padre, los dos equipos se
ayudaban, se prestaban el estadio, o se cedían jugadores si lo necesitaban.
Porque la rivalidad era eso: machacar al contrario, pero socorrerle en caso de
necesidad.
Desearía que volviera ese fútbol, no la impostura que vivimos
ahora, con ególatras extremos, delincuentes fiscales o gurús que necesitan
estar todos los días dando la nota en los medios y redes sociales. Que hubiera
señorío, de verdad, no de gangsters de guante blanco, y con más humildad; que la
que dijera ser mejor afición del mundo no lo fuera insultando a los demás, y
que el fútbol no estuviera secuestrado por el dinero, la ambición
extradeportiva y la política.
Que los que han ganado se acordaran de los derrotados, pero no
para humillarles, sino para valorar el esfuerzo; y los que han perdido, que
pierdan con dignidad.
No reniego del fútbol, porque lo amo, pero el fútbol actual es
como un matrimonio conflictivo: lo quieres, lo necesitas, pero ta da mala vida.
Y me gustaría recuperarlo.
Y que volviera el espíritu del Pandacia.
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