martes, 1 de marzo de 2011

La noche de los gamusinos

Hace ya unos veintitantos años, en un pueblo del norte de Madrid. Allí pasábamos los largos veranos y los fines de semana, hermanos, primos y amigos rondando todos la misma edad, más o menos.

Nos dedicábamos a jugar al futbol unas diez horas al día en una era donde las porterías eran dos palos clavados en la tierra y el larguero unas pitas trenzadas enganchadas a estos palos con clavos. Nos dejábamos la piel de las rodillas y del todo el cuerpo jugando como si la vida nos fuera en ello.

Ya por la tarde unos familiares nos comentaron que por la noche íbamos a coger gamusinos. Esa tarde, mientras jugábamos al futbol (y hacíamos alguna picia a las señoras mayores del pueblo), no teníamos otra conversación e ilusión que llegara la noche para capturar esos animales llamados gamusinos.

Después de cenar, nos juntamos todos en la plaza, donde los familiares prepararon cuatro o cinco sacos y tres candiles que allí mismo se cargaron de aceite y comprobaron las mechas para salir en busca de los gamusinos. Nos montamos en un par de coches y bajamos a un antiguo puente romano por donde pasaba un arroyo que estaba seco.

Al llegar al sitio, los chavales llevábamos los sacos y los adultos los candiles, íbamos dirección al puente romano por una zona donde las piedras eran tan grandes como el balón de futbol de por la tarde, un autentico peligro para los tobillos.

Después de unos quince minutos andando con el saco en la mano, llegamos al puente. La bóveda estaba llena de agujeros donde dormían todo tipo de pájaros y algún murciélago, que, al entrar, salían asustados con la presencia de tanta gente, aunque los más jóvenes teníamos más miedo que todos esos animales que huían.

Fue entonces cuando nos quitaron los sacos de las manos y los gamusinos iban entrando a los sacos. Una vez cargados, los sacos volvieron a nuestras manos y ¡cómo pesaban los bichos esos!. Hasta que llegamos por ese camino de cabras y parte de arroyo, con el miedo de no saber qué había dentro, tampoco nos los acercábamos a las piernas mucho por si nos picaban o mordían. Entre risas, caídas y sustos que nos daban, llegamos a los coches y metimos todo el material en los maleteros.

Al llegar al pueblo descargamos los sacos y los adultos los metieron en unas antiguas cuadras; todo estaba a oscuras, allí nos rozaban las piernas desnudas aves grandes asustadas, entre empujones que nos dábamos unos a otros, el miedo y el no saber a qué nos enfrentábamos nos reíamos y saliamos de allí corriendo. Todavía tengo la duda de si eran gallinas, piedras, alguna paloma o ave que volaba en dirección a la luna llena que había esa noche.


Escrito por Fernando Cangrejo.

4 comentarios:

  1. Yo quiero un relato de las picias a las abuelas del pueblo pero ya!!!!!

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  2. La historia esta muy bien, pero a mi me gustaria escuchar las peripecias unos años despues, cuando llegaban las fiestas del pueblo, y al caer la noche, se juntaban los chicos y las chicas del pueblo y forasteros en la oscuridad de los soportales para pasarse unas risas.
    Hay que recordar esos bellos momentos de nuestras vidas que la civilización se encargara de que no se repitan. Ya ni pueblos, ni eras, ni gamusinos, ni ná.

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  3. como se nota que eres de pueblo....

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  4. Me gusta.Entra en otros detalles, como dice Albert y seguro que lo de las abuelas se queda en buenas acciones.

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