lunes, 11 de julio de 2011

La gente a la que quieres.

REEDICIÓN. Publicado originalmente el 28/01/2011
 
Siendo Diógenes, me reconozco como cínico. Mi razón, ya lo he dicho mil veces, se empeña en recordarme que soy un mono que se ha bajado de un árbol, se ha puesto corbata y trata de dismular, pero al que dominan sus instintos primarios y que recorre la misma senda que el resto de seres vivos, con toda la pena y sin ninguna gloria.

Pero el maldito corazón es testarudo. Ya sé que los sentimientos no son sino cócteles de hormonas, endorfinas, serotoninas y otras zarandajas químicas de parecido jaez. Pero lo que producen es real ( o al menos tan real como las paranoias del coma inducido, pero con carácter de continuidad en el tiempo).

No me apetece hablar del motivo. Pero sí de las sensaciones. Ayer, dies nefastus, abracé a un montón de personas a las que quiero. Y en cada abrazo había dolor, mucho dolor, pero había también mucho cariño. Eramos naúfragos y tablas de salvación al mismo tiempo, y nos estrechábamos para dar y recibir consuelo simultáneamente. Se sufre por la pérdida, pero se sufre más por la pena del que se queda. La cercanía de los cuerpos era la cercanía de las almas, como sí al contacto la energía se trasvasase y al multiplicar el dolor por el dolor, como al multiplicar menos por menos, el resultado fuese positivo.

Imagino que ella habría llegado a esta conclusión mucho antes que yo, porque era mucho más inteligente. Y a lo mejor, la idea de que al marcharse generaría un cataclismo de energía la acompañó en algún momento. Debe ser que tenía razón el de los pelos de loco: la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Así que, después de contener las lágrimas por el dolor, las solté todas por el cariño. No es un mal motivo.

Y en el archivo del tiempo, siempre quedará un día de agosto de 1989, en la plaza de Villacarlos, con un matrimonio jóven sonriendo a un soldado cínico, que ha tenido la inmensa suerte de, entre otras cosas, verse arropado por un bosque de arces entre cuyas sombras se siente seguro y en paz.

Doctor, ya sé que es química... Pero la química también es verdad.

Otro abrazo.

Diógenes.

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