Las máquinas expendedoras son esos artilugios que se inventaron para “facilitar” la vida a los sufridos consumidores, con objeto de que pudiéramos disponer de multitud de productos sin necesidad de una persona que nos los dispense. La teoría es magnífica, el problema es cómo dar soluciones técnicas satisfactorias a la cuestión. He dicho satisfactorias adrede, porque máquinas las hay a puñados, ahora, que funcionen es otro cantar. Y por eso reconozco que me caen mal.
Para empezar, por el nombre; ahora las llaman máquinas de “vending”, que es una palabrota inventada ad hoc para denominarlas; bien está que usemos el gerundio inglés para decir chorradas, como el “tumbing”, pero esto me parece absurdo. Es como si al portero automático lo denominásemos el “llaming”, o a los exprimidores, máquinas de “zuming”. Y no sigo por ahí.
Y para continuar, los contenidos. Me voy a centrar en las máquinas de alimentos, de picoteos. No sé si las empresas buscan aquellos productos que los fabricantes desechan por bajas ventas, porque a veces uno va con toda ilusión y luego no hay nada que le guste. Lo peor es cuando van cambiando los productos; si te acostumbras a sacar el bollo de mermelada de garbanzo con crema pastelera, cuando un día vas a por tu bollo y resulta que en su lugar está un pastelito de manteca de camello que no te gusta nada, produce una enorme frustración. Aunque no tanta como cuando la máquina se atasca (o sea, una de cada tres veces). Creo que deben hacerlo a propósito. El hierrecito espiral que gira permitiendo salir al producto falla más que Rompetechos tirando al plato; ves el hierro girando, y el producto saliendo, y cuando el hierro deja de girar, el producto sigue ahí, atascado. ¿Cuántas veces les han pillado agitando la máquina con frenesí, pegándole golpes contra la pared, para ver si cae el maldito bollo o lo que sea, mientras profieren blasfemias contra el avieso inventor de la odiosa máquina?
En ocasiones lo que está estropeado es la luz interior, y uno no puede ni ver lo que quiere extraer; entonces se convierte en una especie de sorpresa, tú echas la pasta, le das al número donde intuyes que están los caramelos “chugus”, y entonces cae una bolsa de presuntos frutos secos donde lo que más hay son pasas (deben estar baratas, porque las ponen de relleno cantidad). Otras veces, al darle al código sale el letrerito “El producto seleccionado no está disponible”; ¿pero cómo que no, si lo estoy viendo? Será que la máquina es una mierda y está estropeada. Total, que eliges otro. “El producto seleccionado no está disponible”; tampoco. Escoges el tercero. “El producto seleccionado no está disponible”. Vamos, que adelantaríamos más si pusiera algo así como “El único producto disponible son los bizcochos integrales sin sal que no le gustan a nadie”.
Con esos artefactos puede pasar de todo. Un día, iba a tomarme un paquete de galletas de chocolate, las necesitaba para calmar mi necesidad de cacao; eché mi única moneda y la máquina me la devolvió. Insistí, pero ella también. La eché cinco veces y lo mismo. A veces pienso que tienen sensores de voz, porque cuando grité “¡trágatela, hija de la gran p…!”, la moneda se quedó dentro. Entonces marqué el código. El 21. Me abalancé sobre la máquina gritando “¡no, eso noooo!”, cuando vi que en lugar de mis anheladas galletas caía el producto vecino, un paquete de Lwix, una barra de barquillo y caramelo que detesto. Faltaba el numerito de las galletas, y el del Lwix era el más próximo. Lo peor de todo es que al día siguiente se me había olvidado el incidente, y cuando marqué el código volvió a caer otro Lwix, ante mi desesperación. Y me junté con dos Lwix en mi cajón que no recuerdo a quién regalé.
Como ya he dicho, un aspecto relevante es el mantenimiento de las máquinas. Las averías son muy frecuentes, y es habitual ver un papel pegado con papel celo en el que pone “No funciona”; y debajo, algunas dedicatorias a la madre que parió a la máquina o a los cuernos del padre del técnico. Y cuando eres tú al primero que le falla el artefacto, tienes la obligación moral de poner el cartelito. Y después, llamar al teléfono que figura como número de contacto en caso de problemas. “Sí, hola, que la máquina se me ha tragado 60 céntimos, pero les exijo que me devuelvan 100 euros por el cabreo que me he pillado”. Yo creo que van una vez al mes. Eso se nota en que al cabo de los días se van acabando algunos productos; primero, las patatas fritas y las mejores galletas; luego los sándwiches, los zumos y los batidos. Después sólo quedan los Lwix, los productos integrales y las barritas dietéticas, y al final ni eso. Un día que en mi centro de trabajo tenía hambre, o me comía un paquete de pañuelos de papel con aloe vera, o nada. No me los comí, aunque si tenían aloe vera a lo mejor no estaban tan malos. Por favor, que inventen algo mejor.
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