Hay demasiada luz. Demasiada primavera. Del yermo brotan olores nuevos y suspiros entrecortados. Tantos colores y tan desordenados. Necesito tiempo, un poco de tiempo más. No puedo seguir debatiéndome, engarzado en tu mirada azul como un pez irisado enganchado a un anzuelo de acero.
Sacudes mi alma hasta ver caer al suelo mis pecados antiguos, hasta dejar en un pequeño altar votivo mi pecado presente, la culpa que adoras. Me acusas, me defiendes, me dejas desnudo, e intento cubrirme con los jirones de mi maltrecho orgullo. Cada aliento es un estertor, cada sonrisa unas fauces abiertas. Arriesgo y pierdo. Aguanto y pierdo. Pierdo y gano. Ese mohín de tus labios se apodera de mi espíritu y un profeta apocalíptico grita, borracho, mi condenación unas manzanas más allá.
Las aceras arden, los sueños se congelan. El embrión del día que vendrá se deja sentir en esta noche en que se asesinan las certezas, se ejecutan los principios inquebrantables y les esperanzas se suicidan, perdida toda esperanza. Al final quedan tus ojos, dos bisturís diseccionando corazones hendidos por el rayo. El veredicto ha sido dictado.
Diógenes, las setas que has cenado...no son níscalos.
ResponderEliminarEste relato era por lo menos de los finalistas del concurso
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