martes, 28 de agosto de 2012

Alejandro

Son un matrimonio con dos hijas. Él le andará por los cincuenta y tantos, ella es más joven. Las chicas son veinteañeras y tan guapas como la madre. Juraría que les he visto alguna otra vez, pero soy un desastre para las caras y los nombres.

Se ríen, se ríen mucho. Desde mi atalaya del pico de la barra les veo disfrutar de las cervezas y de la conversación. Él lleva la voz cantante, y parece estar contando una retahíla de anécdotas.

Le pregunto a Luis, que es un tipo formal. Me dice que es Alejandro, un médico bloguero que fabrica una página de relatos divertidos y picantes, y que no es la primera vez que viene. Luis le relaciona con mis locos del blog, aunque no sabe exactamente como.

Sentados un poco más al fondo, una pareja discute acaloradamente. Me sigue chocando ver a dos personas jóvenes enconarse de tal modo. No entiendo mucho, pero me parece que es una actitud más propia de quienes ya han agotado sus esperanzas y pagan su frustración con el otro, no de quienes comienzan un proyecto en común. Cuando veo estas riñas pienso que tienen que tener sus orígenes en conflictos de orgullos, en esa estupidez tan humana de tratar de imponer el criterio propio y de no ceder ni ante la evidencia del error. Contemplado desde mi punto de vista, me parece una sandez y una pérdida de tiempo. Pero mi trabajo no es dar consejos, así que sigo con mi cerveza. Empieza a tocar Mark Knopfler.

En mitad de esa suerte de bifrontismo entre quienes ríen y quienes discuten, la chica de la discusión se atraganta con un aperitivo. Empieza a gesticular y a ponerse roja, se está quedando sin aire. Su pareja no reacciona. Los nervios le atenazan. Cada segundo que pasa sin que ella pueda respirar parece la eternidad retransmitida a cámara lenta. Entonces Alejandro se levanta ligero a pesar de su corpulencia, abraza a la chica por detrás, coloca sus manos entrelazadas en el centro de su pecho y hace saltar hacia atrás como un resorte sus dos brazos.

La aceituna vuela. La chica abre la boca y quiere respirar todo el aire del mundo a la vez. Alejandro la suelta, la mira y le pregunta si se encuentra bien. Ella dice que sí y le da las gracias. Él se vuelve a su mesa. Su mujer le da un beso y sus hijas le abrazan. El tío se ríe a placer.

En la otra mesa, él le echa en cara a ella lo ansiosa que es para comer y ella a él su falta de determinación cuando ha sufrido el accidente.

Alejandro se levanta con sus chicas, paga en la barra y se va. Los novios de la mesa elevan el tono de su discusión. Les digo que se callen. Me miran sorprendido, pero se callan. No quiero perderme la silueta de aquel hombre saliendo del bar a los acordes de “Local Hero”....Cómo si supiese que le estoy mirando, y mientra toma a su mujer por la cintura, el muy canalla gira la cabeza y me guiña un ojo...

4 comentarios:

  1. Diógenes, como en el cuento anterior, éste, también me suena y ahora mismo lss leggrimmas no mme ddejen veer el ttecclado.¿Qué botito!.
    Pero como Héroe Local, solo tengo una experiencia en una consulta del callista por un papiloma mío cuando estudiaba medicina.
    El caso es que en Anatomía nos habían enseñado el recorrido del nervio frénico que inerva el diafragma y un truco.
    En mitad del silencio de la consulta una mujer empezó con un ataque de hipo bestial y tod@s mirándola. Al rato me levanté y en voz alta me ofrecí para quitarla el hipo, que era estudiante de medicina y tal.
    La expectación fue en aumento porque con su permiso, me levanté y me situé a sus espaldas y situando el pulgar en el hoyuelo de la clavícula, apreté y yo creo que ya antes de llegar había desaparecido el hipo.
    Casi la intervención acabó con aplausos, pero sí con explicaciones de como hacerlo.
    Para que veas Diógenes con que poco me conformo y eso que el tener un tipo como tú, de amigo, me engrandece más si cabe.
    Cuando salió el callista nos pilló al grupo de pié en el centro y poniéndonos las manos en los hombros.
    Gracias por tu relato pero la vida es más sencilla y eso es lo que digo a mi mujer, que los hombres somos muy simples.
    Con una cerveza o wisky, con un poco de fútbol y si pasa de vez en cuando una mujer de buen ver y luego nos espera la felicidad en casa, pues miel sobre hojuelas.
    Casi nada.
    Un abrazo y gracias.

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    1. Me quedo con la generosidad que destilais ambos, la cruda y tierna realidad que muestra Diógenes y la humildad de Epífisis, que por cierto, es la primera vez que te veo escribir algo taaan largo. Merecía la pena, sí.
      Un abrazo.

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    2. Susana, otro beso para tí, pero es que tú siempre te vas a los más cortitos y que sepas que yo lo tengo más largo( me he comido algunas sss).
      Un beso tórrido

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  2. Alejandro, Magno como el coñac, voy a pasar por alto la alusión a la longitud. Cada uno tiene lo que tiene y hace lo que puede, en la narrativa, digo. Es que no podía resistirme a escribirte algo, y la otra opción era un poema épico de trescientas páginas. Y Susana, esto no es lo que piensas, puedo explicartelo todo, "Alejandro y yo sólo somos buenos amigos", como diría Ana Obregón hablando del Conde.
    Un beso para Susana y un abrazo para el Doctor del Amor...

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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.