jueves, 30 de agosto de 2012

Delirio de una noche de mucho calor



“Llevaba el amanecer en los labios y el ocaso en los ojos, y una cartera llena de los errores de los demás, y de alguno propio, colgada como un bolso de Dior, que hasta lo peor hay que saber llevarlo con estilo. Me llevó de paseo por mi lado salvaje, me asomó al abismo y me obligó a juzgar, sabiendo que nada es más injusto que ser juez y parte. Se probó todas mis camisas de once varas, se puso mi canotier y la leontina de mi único reloj de leontina por pulsera, y se echó al monte. La perdí tantas veces que la dí por perdida, y hasta por hallada en el templo. Le hizo un retrato al carboncillo a mi corazón, y me dibujó una grisalla de mis días más grises, que salían azules y rojos, y, como quien no quiere la cosa, me cambió un febrero por dos mayos y encima se quedó la propina.

Me cantó las cuarenta y se llevó diez de monte, bailamos con lobos, nuestras sombras se rieron hasta de nosotros, le dí pan y me llamó tonto, tuvimos más vergüenza que miedo y no encontramos un Coronel a quien escribir, ni un Hotel California, ni un Shangri-la veinticuatro horas, ni un todo a veinte duros de pelar…No es lo mismo llamar al Diablo que verlo venir, parecía decirme, y cada uno es dueño de su propio amor propio y firma sus pagarés y sus deberés…De repente, sonaron las campanas de San Ginés, el fantasma de Quevedo nos preguntó la hora y caímos en la cuenta y en las cuentas pendientes.  

Tiramos del hilo, buscamos pies con tres gatos y auroras con rosario, se dejó conectado el interruptor de encender estrellas y yo perdí el paraguas que me regaló Mary Poppins y los guantes de retar Mosqueteros”.

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