jueves, 15 de noviembre de 2012

Cicatrices

Cada mañana, al mirarme al espejo, tengo la esperanza de encontrarme con el rostro hidratado de Georges Clooney. Ya, ya sé que es pedir demasiado, pero puestos a soñar…

Lo cierto es que, cada mañana, me encuentro con mi propia cara, más bien hinchada, dicho sea de paso…Esos ojillos pequeños, la nariz carnosa, la barba desordenada, los dientes grises de bristaciclina y tabaco. La jeta de todos los días, un día más vieja.

Cada mañana, indefectiblemente, se me va la mirada a un pequeño cráter horadado en la prominencia que hace las veces de la punta de mi nariz. Es una cicatriz pequeñita, redondita, nada del otro mundo, que combina con un juego completo de cicatrices, de diferentes formas y tamaños, que me decoran la cara y otras partes de mi desastrosa anatomía.

Podría ponerme triste al contemplar la desolación que han dejado a su paso las batallas de esa guerra que llamamos vida. Sin embargo, como mis esquemas mentales se corresponden aproximadamente a los de un berberecho atlántico y consta por certificación médica que tengo un cable pelado en el cerebro que de vez en cuando hace cortocircuito, la verdad es que cuando veo mi boquete facial favorito, me pongo contento. Por dos motivos.

El primero, evidente, es que el hecho de mirarme el hoyuelo constata que estoy vivo. En presente. Feo como un orangután con sarampión, pero vivo. Y me consuelo pensando que igual es cierto eso de que el hombre y el oso…Aunque si fuera cierto, yo sería modelo de pasarela.

El segundo, que cada surco repujado en mi curtido pellejo es una prueba irrefutable de que he vivido. En pasado. He ido y he vuelto, he estado, he querido y me han querido, he odiado nada y no creo haber hecho méritos para que me hayan odiado, he disfrutado, he sufrido, he plantado un árbol, he escrito un libro y he tenido dos hijos, que lo realmente importante mejor por duplicado, me he bebido el Manzanares hecho cerveza, me he reído de mi sombra y de las de Grey, he abrazado a mis amigos y he amado a una mujer como solo un loco desesperado puede amar a una mujer.

Mientras me cepillo, pienso en el plan para ese día. No se me ocurre ninguno mejor que volver a poner en presente lo que he vivido en pasado (menos lo de tener hijos, que ya no está uno para trotes).

Y le doy las gracias más sinceras a esa diminuta cicatriz que me devuelve a la realidad mediante una auditoria de mi vida sin números en rojo. Bueno, salvo los del banco, pero… ¿He dicho acaso que el banco esté entre mis amigos, forme parte de mi prole o me enamore? Pues eso.

4 comentarios:

  1. Cierto, las cicatrices son pruebas de vida, aunque me atrevería a decir que son las cicatrices interiores las que más duelen.
    Enhorabuena por todo lo que has hecho, que es grande, y yo también me doy la enhorabuena por tener la suerte de poder aliviar un poco los dolores de las cicatrices, con tu amistad.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Ni eres tan feo, ni estás tan viejo como dices. Y sí que es cierto que, si bien las cicatrices son una prueba de nuestro paso por la vida, no son las del cuerpo las que más duelen, sino las del alma. Esas son más profundas y, aunque invisibles, marcan mucho más nuestra forma de ser y de vivir la vida que aquellas perceptibles al ojo humano.
    Mil besos

    ResponderEliminar
  4. Mamen, seamos sinceros, es más feo que eructar en misa, te lo digo yo que le he visto en calzoncillos y con coleta, pero estoy encantado de haberle ayudado a beberse el Manzanares, de habernos reido entre una y cientos de veces, de compartir algunas cicatrices y de haberle abrazado una cuantas veces, seguramente pocas porque se merece muchas más.

    Estanley.

    ResponderEliminar

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.