Al hoyo no se llega por los asuntos externos. Hay circunstancias terribles en el desarrollo de la existencia que pueden dejarte molido, desintegrado. Hay he...
chos y situaciones que destruyen tu ánimo, que aniquilan tu autoestima, que te degradan.
De ahí se sale. Te rehaces, tus obligaciones te reclaman, retomas la marcha despacito, empiezas a caminar. Valoras lo que aún tienes y concluyes que no puedes permitirte aquello de que las lágrimas por el sol que se ha ido pueden impedirte ver las estrellas.
El hoyo es otra historia. El hoyo lo cavas tú sólo. Sin motivo. Sin razón. Nunca te parece suficientemente profundo. Escarbas compulsivamente, poseído por un afán absurdo pero imparable. Luego, también sin motivo y también sin razón, te metes dentro. Te haces un ovillo y te quedas quieto. Cuando los que se preocupan por ti te llaman y te piden que salgas fuera, refunfuñas y te encoges aún más. Buscas los motivos en la edad, en la rutina, en la falta de objetivos, en el peso insoportable de lo cotidiano. Recorres mentalmente una y otra vez ese sendero, para acabar descubriendo que es un camino circular, y te acurrucas aún más. Pruebas todo lo que te recomiendan y siempre recibes como premio la decepción. Te sigues achicando, y tus pensamientos son una pescadilla que se muerde la cola.
Un día, no sabes como, un rayo de sol llega al fondo del hoyo. Abres los ojos, te desentumeces, levantas poco a poco la cabeza. Te asomas fuera del hoyo. Y solo, igual que entraste, sales. Tu mundo sigue allí, pero no son un lastre ni tus años, ni tus rutinas, ni la búsqueda de objetivos ni lo cotidiano. Y empiezas a vivir de nuevo.
Traté de explicárselo, consciente de que, hasta que llegue el rayo de sol, de nada sirve lo que pueda decirle.
De ahí se sale. Te rehaces, tus obligaciones te reclaman, retomas la marcha despacito, empiezas a caminar. Valoras lo que aún tienes y concluyes que no puedes permitirte aquello de que las lágrimas por el sol que se ha ido pueden impedirte ver las estrellas.
El hoyo es otra historia. El hoyo lo cavas tú sólo. Sin motivo. Sin razón. Nunca te parece suficientemente profundo. Escarbas compulsivamente, poseído por un afán absurdo pero imparable. Luego, también sin motivo y también sin razón, te metes dentro. Te haces un ovillo y te quedas quieto. Cuando los que se preocupan por ti te llaman y te piden que salgas fuera, refunfuñas y te encoges aún más. Buscas los motivos en la edad, en la rutina, en la falta de objetivos, en el peso insoportable de lo cotidiano. Recorres mentalmente una y otra vez ese sendero, para acabar descubriendo que es un camino circular, y te acurrucas aún más. Pruebas todo lo que te recomiendan y siempre recibes como premio la decepción. Te sigues achicando, y tus pensamientos son una pescadilla que se muerde la cola.
Un día, no sabes como, un rayo de sol llega al fondo del hoyo. Abres los ojos, te desentumeces, levantas poco a poco la cabeza. Te asomas fuera del hoyo. Y solo, igual que entraste, sales. Tu mundo sigue allí, pero no son un lastre ni tus años, ni tus rutinas, ni la búsqueda de objetivos ni lo cotidiano. Y empiezas a vivir de nuevo.
Traté de explicárselo, consciente de que, hasta que llegue el rayo de sol, de nada sirve lo que pueda decirle.
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