El sueño
transcurría de forma anodina, entre episodios del trabajo, un programa de
televisión emitido esa noche, y otras especies poco emocionantes. Sin embargo, el
panorama cambió cuando me vi caminando por una calle concurrida y me fijé en un
rostro mezclado con los demás transeúntes. Era ella, la mujer de mi vida. Nunca
la había visto antes con tanta nitidez pero lo sabía. No era la típica belleza
despampanante, aunque sí guapa, ese tipo
de mujer serena que esperas que te seduzca con su voz y su sonrisa, esa imagen
idealizada de alguien a quien no conoceremos y casi nunca existe porque es una
mezcla de actrices, antiguas novias y amores platónicos. Pero no nos salgamos
del contexto. Ella andaba con paso decidido por la acera de enfrente, a veces
torcía la mirada hacia algún escaparate, aunque sin detenerse. Yo la seguía a
distancia, sin perder su visión en ningún momento, hasta que se volatilizó,
engullida por la puerta de unos grandes almacenes que habían aparecido
inopinadamente allí. Como un loco, crucé la calle jugándome la vida mientras
hacía frente a los cláxones y los puños levantados de los conductores, que
intentaban atropellarme sin conseguirlo. Por fin logré entrar. Quería preguntar
al vigilante si la había visto, pero me di cuenta de que, a pesar de tener su
imagen en la cabeza, no podía describir sus rasgos, ni cómo iba vestida. Lo que
tienen los sueños, es que por su propia naturaleza y aunque sea de forma
inconsciente podemos manipularlos; de esa forma supe que ella había subido a la
quinta planta, donde estaba la sección de Complementos. Allí, un dependiente de
sonrisa empalagosa parecía estar esperándome, y antes de que yo le preguntara
nada me dijo:
-
La señorita, puesto que estaba lloviendo, ha adquirido un paraguas
francés de color rojo, y se ha marchado.
Me extrañó, ya
que no recordaba que lloviese, pero no le di más importancia. Mantuvimos una
corta charla acerca de la calidad de las varillas francesas, y proseguí mi
persecución, escaleras mecánicas abajo. Aunque había subido cinco pisos, el
descenso parecía no acabar, y siempre volvía a la misma sección de Complementos
donde el obsequioso encargado me sonreía una y otra vez. Empezaba a sentir
cierto azoramiento ante la perspectiva de haberla perdido del todo, con lo
difícil que era hallarla, aunque fuera en sueños. No obstante, al fin llegué a
la planta baja del edificio.
-
¿Ha visto pasar a una joven muy hermosa con un paraguas de color
rojo?
Ahora nadie me
hacía caso, y yo iba confuso de un departamento a otro, intentando localizar el
paraguas. Me entretuve en la sección de Librería, donde me olvidé por algunos
instantes de mi misión, y me costaba bastante trabajo zafarme de los vendedores
que a toda costa trataban de convencerme de que desistiera de mi propósito y me
quedase para comprar algunos artículos imprescindibles.
De repente vi la
salida del establecimiento y me dirigí a ella a toda velocidad, teniendo la
certeza de que nada más salir podría divisar entre la gente el paraguas rojo
que estaba persiguiendo y podría estrechar entre mis brazos a su portadora,
como otras veces había soñado. Los últimos metros se me hacían interminables, y
el corredor parecía irse agrandando con cada uno de mis pasos. Alcancé la
puerta lleno de ansiedad, y la franqueé. Bajo la lluvia, cubriendo por completo
la calle, se veía una multitud de paraguas idénticos, todos de color rojo, y al
amparo de cada uno de ellos me sonreía de forma burlona la misma cara que ahora
me resultaba imposible reconocer.
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