Colocó cuidadosamente los dos sobres sobre la mesa. Se
sirvió un Chivas con mucho hielo, se encendió un cigarrillo y se quedó mirando
los dos sobres. Pensó en lo que había sucedido en su vida en las dos últimas
semanas.
Primero, la muerte de su madre. Su último familiar y el más
querido. Siempre pendiente de él, hijo único. Además de infinidad de caricias,
la preocupación constante y la pregunta repetida y respondida cada vez: “¿Hijo,
tú eres feliz? Pues haz lo que te haga feliz y olvídate de lo demás.”.
Luego, la deserción de Maite. Una hoja de papel sobre la
colcha explicando que ninguno de los lujos con que la agasajaba podía compensar
su soledad, mientras él ganaba más y más dinero para agasajarla con más lujos.
Una despedida casi neutra “Con cariño” y sin dirección de destino ni teléfono
de contacto.
Por fin, aquella oportunidad. En el sobre blanco. El pago
por destruir todos aquellos datos confidenciales que comprometían a políticos y
financieros. Abrió el sobre. Contenía información privilegiada sobre la
publicación, el próximo lunes, del hallazgo del que, probablemente fuera el
mayor yacimiento petrolífero aún por explotar en todo el mundo, en aquellas
tierras yermas de La Gomera. Dejó
los documentos sobre la mesa.
Abrió el sobre amarillo. El pasaporte con su fotografía y un
nombre distinto, la llave de la casa en aquella playa remota, carné de
identidad, permiso de conducción, tarjeta sanitaria, dos mil dólares en
billetes de cien usados y no correlativos y un pasaje de avión.
Apagó el cigarrillo. Tecleó en la ventana del programa de la
bolsa la adquisición de las acciones de la compañía propietaria de aquellas
tierras canarias. Realizó el abono con cargo a la cuenta de la sociedad de paja
creada por aquellos banqueros y gobernantes. Validó la operación con la firma
electrónica de dos de ellos, que tenía a su disposición por motivos
inconfesables. Para luego validar con las mismas rúbricas el traspaso a dos
nuevas cuentas.
Se encendió otro cigarrillo y se sirvió otro Chivas, antes
de rellenar las casillas en blanco de los nuevos dueños de aquella fortuna. Se
acordó de su madre, y se sintió feliz, mientras escribía “Cáritas España” y
“Médicos Sin Fronteras”. Presionó la tecla “Enter”. Y sonrió.
Unas horas después, viendo a través de la ventanilla el azul
del Océano Índico, le dio las gracias en silencio a su madre y decidió que lo
primero que haría sería buscar a una mujer que le hiciera feliz y a la que él
hiciera feliz.
Un relato muy a la orden del día. Me gusta mucho el final, siempre hay que escuchar a las madres ;)
ResponderEliminarOjalá hubiera más propietarios de sobres dispuestos a hacer lo correcto antes de abandonar la escena.
Un saludo!
Un buen cuento con final imprevisto en el que el relato atrapa tanto como el personaje.
ResponderEliminarGracias
Desde Buenos Aires un abrazo muy pero muy.
Sonia Figueras