Después de un tiempo sin coger el tren se hace extraño el volver a subirse a uno, sobre todo si ha habido cambios: cambio de oficina, de horario, de estación, de compañeros, de rutina... Es como volver a empezar; el horario que tan bien te conocías ya no sirve, no conoces las estaciones por las que pasas, los horarios reales no coinciden con los oficiales y el perder un tren supone media hora de espera, y media de retraso...
La primavera ha ganado el pulso al invierno, una primavera de verdad, una de esas primaveras locas en las que tan pronto llueve como hace un sol de justicia, esas primaveras de antes, en las que la vegetación estaba rebosante de vida, plena de belleza, esplendorosa.
La gente ha cambiado con el cambio de estación: la última vez todo el mundo iba con ropa de abrigo y ahora, ¡bendita primavera!, se ven camisetas cortas, escotes, ropa ajustada..., no sé por qué, pero las mujeres están más atractivas… ¿Será la ropa, serán las hormonas, serán mis ojos…?
Como siempre, busco un asiento que me permita observar el paisaje. Tengo suerte, pues el tren está lleno, pero al lado de la ventana hay un asiento libre que me está esperando. Siempre llevo algo para leer, pero, como casi siempre, es más poderoso el paisaje. Guardo el libro y miro. El sol luce con una intensidad cegadora, haciendo los colores más intensos. Grandes praderas verdes, de hierba alta, se extienden por doquier, entre la hierba asoman la cabeza margaritas, amapolas y esas flores violetas de cuyo nombre nunca me acuerdo. Más adelante, grandes extensiones de monte bajo, sobre todo jaras de delicadas flores blancas.
En los montes del Pardo, entre las encinas, se ven pequeños grupos de ciervos pastando tranquilamente, sin prestar la menor atención al tren, ¿cuántas veces lo habrán sentido?, ¿cuántas lo habrán visto? Los jabalíes no aparecen, pero como dicen los gallegos: haberlos, hailos. Quizá se encuentren en la profundidad del bosque, escondidos de la escopeta del cazador. La misma rapaz de la otra vez vuela en el mismo lugar y hacia el mismo lado, como si el tiempo se hubiera congelado un par de meses atrás. No sé por qué esa visión me tranquiliza: después de unos meses sin tren, todo se ha movido para seguir igual.
Cientos de caminos se entrecruzan escalando lomas, sorteando valles, comunicando vidas. El Sol calienta, es primavera. Hay vida.
Eduardo Martínez Sotillos
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