Y mi cuerpo y mi mente estaban separados, aunque
unidos por un fino y frágil hilo de tela de araña que los conexionaba y
permitía que mi energía mental hiciese de funambulista hasta llegar a mi cuerpo
y proporcionarle sensaciones que ya habían entumecido.
Los voltios de mi cabeza empezaban a aumentar y yo
no sabía muy bien cómo afrontarlo, mi corazón expulsaba fluidos, expandiéndolos
por mi cuerpo cada vez con más frecuencia y los pensamientos comenzaban a
invadirme súbitamente, mezclándose unos con otros, entrelazándose y perdiendo
la cohesión inicial del motivo por el que habían llegado, no me dejaban pensar,
se habían tomado el permiso para jugar conmigo y conseguir que mi atención solo
estuviese enfocada hacia ellos, perdiendo la conexión con el entorno del que se
suponía que formaba parte. Las voces eran simples palabras sueltas sin núcleo
de unión que dejaban de oírse en la espuma del agua revoltosa que me rodeaba,
cada una de las pompas que formaba la espuma me acariciaba, me daba placer para
morir después estallando contra mi piel.
Estaba tan arrugada que resultaba incluso doloroso,
mi cuerpo había sido capaz de absorber tanto agua que pensaba que al salir
tendría que colgarme con un par de pinzas en la cuerda del tendedero. En verdad
me gustaba la idea de zarandearme, colgada de los tobillos, al viento, al aire
de madrugada, así mis pies que siempre han tenido la cabeza muy en el suelo
podrían observar las estrellas que al igual que yo se bañaban en el cielo y
hacían gala de su ego cubriéndolo todo con un manto kilométrico. Algunas, se
cansaban de soportar el peso del mundo y se lanzaban desde lo más alto,
desintegrándose con la velocidad y la adrenalina que produce la caída libre.
Abrí los ojos ya abiertos y me hallé en el infierno,
en ese sitio caldeado, sentía el vapor empapando mi cuello, remojándome en una
caldera, junto a otros diablos, vampiros, hombres lobo y centauros.
Conversábamos satíricamente acerca del cielo, burlescos reíamos de la banalidad
de la vida en el erróneo apodado paraíso.
El escenario volvió a cambiar, y mi mente se
entrometió tanto por los recovecos neuronales que comencé un camino sin hacer
movimiento alguno por las partículas que lo forman todo, tocaba con mis dedos
la materia llena de música y de aire, de vapor y de aliento, de tierra y de
sabor. Y lo mejor era que todo el mundo allí reunido, debía sentir lo mismo, y
que por lo tanto podías dejar desbordar la insania que ya rebosaba en estado de
ebullición.
Incapaz de seguir una conversación, iba y venía
flotando sobre las voces vírgenes, que emanaban tal cual de las gargantas y
cuyas palabras no eran sometidas a ningún proceso de selección, por eso me
gustaba intentar escuchar, porque nos convertíamos en una asamblea griega
informal. En el Ágora como en nuestra asamblea particular, cogito ergo
sum.
Lorelai Sogni
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