Aquí, entre los carrizos, noto el frescor
del agua y oigo el clamor agudo de las grullas. Una rana ha saltado junto a mí,
confiada. Una culebra me acaricia el tobillo. En otro momento estaría
disfrutando de todo esto: el atardecer, el rebozo inquieto de la naturaleza,
las grullas...
¿Habría podido evitarlo? Cuando el sexto
banco me negó el crédito, tendría que haber tirado la toalla, como todo el
mundo; tendría que haber bajado la cabeza y haber entrado en la oficina de
empleo con el rabo entre las piernas. Pero el puñetero cursillo de autoayuda
para emprendedores había sido efectivo, muy efectivo. El tipo aquel, con sus
maneras suaves y sus frases apenas susurradas y sus miradas cómplices, me había
convencido: "El verdadero talento siempre triunfa, con o sin crisis.
Vosotros no habéis nacido para obedecer: los que necesitan estar a las órdenes
de otros no respiran este aire nuestro. Si tenéis una buena idea, lo sabréis; y
si lo sabéis nada ni nadie podrá impedir que la llevéis a cabo".
De modo que, en lugar de hacer caso al
sentido común y renunciar, busqué el dinero en otra parte. Pero la idea no era
tan buena. O la crisis y el talento no se llevan tan bien. O todo se fue al
carajo porque soy gafe o porque la gente es idiota o porque estaba escrito en
las estrellas. Ya da igual. Ya no llegaré a Amancio Ortega de pacotilla. Los
que me prestaron el dinero no se solidarizaron con mi tragedia de emprendedor
frustrado. Les importaba una mierda, de hecho. Primero me aconsejaron a
puñetazo limpio, luego mi hermana tuvo un accidente y estuvo dos semanas en el
hospital, y ahora, esta quietud, esta paz incontaminada.
¿Habría podido evitarlo? No con palabras,
desde luego. Tal vez robando, tal vez pagando con la misma moneda de plomo.
Pero esa lección no venía en el cursillo. Igual el tipo de la voz leve y del
traje de lino se la saltó, igual la dio por sabida. En cualquier caso, yo no he
sido capaz de convertirla en instinto de supervivencia.
Aquí, entre los carrizos, noto el frescor
del agua y oigo el clamor agudo de las grullas. Una rana ha saltado junto a mí,
confiada. Una culebra me acaricia el tobillo.
En otro momento estaría disfrutando de todo esto. En otro momento. Ahora
no. Ahora ya no puedo. Conforme el día se apaga, el frío va siendo más intenso,
más definitivo. Ahora, mientras una grulla me picotea el ojo, todo se va
diluyendo en la nada.
Tadeus
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