sábado, 28 de diciembre de 2019


Navidad en Madrid.

La gente camina igual que conduce. Con impaciencia y sin respeto. Entorpecen a media humanidad para hacerse un selfie. Gritan como piratas abordando un galeón. Utilizan como arietes los carros de los niños, con niño dentro en muchas ocasiones, y con gran pericia las bolsas de El Corte Inglés, a manera de mazas de guerra, castigando las piernas de los otros transeutes sin piedad.

Se esmeran por colarse en la primera fila que ven, hasta sin saber que hay al final de la cola. Si el tramo de acera en que se encuentran está atestado, con sutil perfidia se marcan un don Tancredo, convirtiéndose en un obstáculo insalvable, mientras disimulan escribiendo un mensaje en el móvil.

Te atropellan para llamar a un taxi y, en los lugares más visitados, metamorfosean en un híbrido de rebaño de ovejas modorras, una estampida de búfalos o una manifestación de estibadores portuarios, con sentada reivindicativa incluida.

Si utilizan un transporte colectivo, decapitan a cualquiera que les dispute el sitio y se colocan estratégicamente de forma que impidan a otros usuarios subir o bajar.

No me extiendo más, que soy un plomo. Un par de cositas más, por rematar: esta especie se dirige necesariamente a la extinción y me cago en el espíritu navideño.

Feliz Navidad...mis cojones treinta y tres!!!

1 comentario:

  1. Este es el comportamiento habitual de los urbanitas madrileños durante todo el año,cuyo embrutecimiento se ve aumentado durante las navidades. Menos mal que siempre nos quedará el medio rural para escaparse siempre que se pueda.
    El rural

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