Mi padre hace muecas para hacer reír a mi hijo. En algún rincón de mi memoria me veo a mi mismo riéndome de esos mismos gestos, aunque la cara de mi padre no tiene tantas arrugas como ahora. En otro recoveco de los recuerdos estoy yo, cualquier día, con una cara como la de mi padre hace treinta años, imitándole para robarle una sonrisa a mi hijo. Y mi padre cuenta que su padre le hacía reír con guiños parecidos.
Agarro con todas mis fuerzas la imagen, para que se imprima indeleble en mi mente y permanezca mientras yo permanezca. Y me gustaría que mi hijo también la guardara para poder repetirla algún día con su hijo.
Y no puedo evitar pensar que la vida son momentos, algunos terribles y algunos tan maravillosos como este, con el sonido de la risa de un niño y la alegría en el rostro de un anciano que son a la vez yo mismo.
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