Era un sarcasmo que le
hubieran obligado a elegir ese nombre. Amanda. Si los gerundios tuvieran
género, sería el femenino de “amando”. Como si eso fuera amar.
Intentó descargar parte de la
repugnancia acumulada pensando en vivencias agradables, como el primer beso que
recibió, años atrás en su país, antes de viajar bajo todos esos engaños y
promesas.
Si al menos me pudiera lavar
un poco, pensaba, cuando oyó de nuevo aquel odioso nombre en la boca del
siguiente cliente que ya se asomaba por la puerta.
¿Amanda?
Hermoso y duro, muy duro.
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