Cuando, por fin, tras treinta años de amor en silencio, la tuvo entre sus brazos, fue sin duda el hombre más feliz de la tierra. Al separar sus labios, después de aquel beso interminable, un beso al tres por ciento de interés anual a treinta años, un beso en el que volcar toda una vida sin ese beso, ella le miró con una infinita dulzura. Dejaron que sus ojos se llenasen de palabras mudas, que sus manos leyesen sus pieles, que su aliento fuese el aliento del otro. Y entonces, ella dijo:
- Este domingo podíamos comer con mi hermana, que hace barbacoa en la parcela, y suelen ir amigos y algún que otro vecino, y puedes conocer allí a mi cuñado, que tiene un almacén de alpargatas en Mocejón y es muy madridista, fíjate que a mi sobrino el mayor le han puesto de nombre Pirri, y seguro que viene también Vanesa, la peluquera, que la dejó el marido por un vigilante jurado del Carrefour, diez años juntos y sale del armario un viernes por la tarde en el súper, que cosas, y a lo mejor hasta se presentan las de mi grupo de danza del vientre, que son simpatiquísimas, que por cierto, las voy a poner un whatsapp para que sepan que te has decidido…
Él aprovechó ese momento, mientras ella pulsaba la pantalla táctil de su iphone, para emprender veloz huida. Borró todas las huellas de su pasado y ahora es camarero en un chiringuito playero de Santa Cruz de Tenerife. Y cuando siente que alguna mujer le atrae, sale corriendo, vestido, y se arroja al mar para que se le pase.
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