He vuelto a llegar pronto a la estación, el banco protestón no va a volverse a quejar, ni ningún otro, puesto que no pienso sentarme. El Sol está hoy radiante, anunciando una primavera no tan lejana, e invita a quedarse de pie para bañarse en sus rayos. Me quedo así, de pie, me quito el abrigo y me dejo abrazar por el calor. La luz es intensa, pues las nubes se han ido a dormir dejando que la claridad invada todos los rincones. Dejo que la luz y el calor me llenen de energía, de vida. Es una sensación extraña de vitalidad y a la vez de relajación. No hay problemas, no hay prisa, no hay nada, sólo luz y calor, el Sol y yo.
El encanto se rompe cuando mi tren aparece desde el horizonte. Es otro tren de dos pisos, esta vez voy al piso de abajo y busco un sito al lado de la ventana, está difícil porque el tren está casi lleno, pero al fin encuentro sito en un banco de dos plazas, me siento y me fijo en la temperatura del termómetro de mi vagón: marca veinte grados.
Vamos pasando por las principales estaciones de Madrid, se las ve grandes y cuidadas, todas tienen multitud de vías que se cruzan, varios andenes y mucho movimiento de pasajeros. A medida que vamos saliendo de la ciudad, se van haciendo más pequeñas, más descuidadas y el tren va perdiendo pasajeros.
Estamos llegando a la sierra y el Sol sigue con toda su intensidad, al fondo, una cadena de montañas nevadas nos indica que seguimos en invierno. La nieve me ciega por unos momentos y tengo que retirar la vista. La fijo en elementos más cercanos del paisaje y veo, debajo de árboles y arbustos, motas blancas de nieve que se ha negado a derretirse, en los badenes la nieve se agolpa en grupos más compactos. Salvo esos pequeños detalles cualquiera diría que el invierno ha quedado lejos…, y no es así.
Mi estación es pequeña, apenas un apeadero con una pequeña caseta, sólo un andén largo y una sola vía. Cuando me bajo he de dejar que el tren pase para cruzar la vía.
Después del trabajo hago el mismo trayecto a la inversa. Es noche cerrada y he vuelto a llegar pronto a la estación. Me toca esperar. Estoy aterido de frío. Me ajusto el cuello del abrigo, me pongo los guantes y la bufanda y, para tratar de calentarme, recorro el andén de arriba abajo una y otra vez. Algún resquicio en los guantes deja pasar el aire gélido y noto los dedos helados, la parte de la cabeza que no cubre la bufanda también se resiente del frío... ¡Por Dios! ¡Que venga pronto el tren!…
Esperar al aire libre con este frío es un infierno. Cuatro o cinco minutos después llega el tren y por fin respiro tranquilo. Subo, me siento de nuevo al lado de la ventana y compruebo la temperatura: un grado. Cuando mi cuerpo se ha templado, me quito el abrigo, los guantes y la bufanda. Estoy solo en el vagón y empiezo a desvariar: ¿y si me pongo a bailar? ¿y si me pongo a cantar?..., el frío me ha debido afectar a la cabeza. Por fin recupero la cordura y miro por la ventana. Fuera sólo hay una oscuridad engañada por las luces de los pueblos por los que pasamos y por las estaciones en las que paramos…
¿Puede hacer frío y calor a la vez? ¿Pueden convivir la luz y la oscuridad? ¿Puede una persona estar sola y acompañada a la vez? ¿Puede alguien estar a la vez cuerdo y loco? ¿Pueden la crueldad y la bondad convivir? ¿Puede…?
Eduardo Martínez Sotillos
EDUARDO, MUCHAS PREGUNTAS IMPORTANTES Y SÓLO TENGO UNA SUSCINTA RESPUESTA: SÍ.
ResponderEliminarHERMOSO CUENTO. ME LLEVÓ EN ANDAS HASTA EL FINAL.
MUCHAS GRACIAS
UNA PORTEÑA DE BUENOS AIRES TE AGRADECE Y SALUDA.
SONIA FIGUERAS
Me gustan los CONTRASTES, y ese SOL de JUSTICIA, el verde que rebosa y la primavera intacta, florida!
ResponderEliminarLos contrastes son tan CLAROS que pareciera que uno está alli: o con el invierno al hombre o en medio del verde.
Muy bello!