Otra noche, en
otro país, un país de África profunda.
Una noche
pasada corriendo en auto por los barrios de una ciudad adormecida, con un
soldado de la guardia presidencial, que para agradecerme quería regalarme un
mono de comer. En la vida real, por suerte, el soldado no pudo encontrar el
mono, que sus familiares habían consumido ya. Pero ahora, en mi sueño, yo
distingo claramente la piel negra y la cabeza del animal, y sus ojos vítreos,
apagados, mirándome divertidos de un pasado que siempre está presente.
Tal vez ahora
me arrepiento de no haber parado en ese rincón de paraíso. Tal vez, por
supuesto, como todas las cosas en la vida, ese mundo podía ser experimentado
sólo entonces, en el momento adecuado: no podría durar ni más ni menos.
Hoy en día,
aquella ciudad ya no existe, se ha convertido en un inmenso campo de ruinas, y
cada día por las calles entran en colisión bandas de niños armados, como los
ejércitos de un juego de rol. No es un juego, por desgracia, pero la dura
realidad de la vida cotidiana, fundada sobre la base de las balas, más que del
pan.
Desde hace
tiempo, los amigos se han perdidos, cada un ahogado en su propio mundo
cotidiano. ¿Quién sabe dónde estarán, en este momento?
Alberto Arecchi
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