Anochece y la besa a ella en su
aposento. Disfruta el sabor de sus labios. Roza a la vez la piel de la muchacha
con sus dedos. Acaricia su espalda. La tiene como la quería desde hace mucho
tiempo. Sigue lamiendo esa boca de rubores. Ya prenden los placeres. El joven
es seductor gozándola. Ahora, la acuesta sobre el lecho. Va adosándola
mansamente, siendo blando, decoroso con la novia. Sube él ya las manos, para
tocarle los pechos. Los palpa en medio de la penumbra. Allí asiente en su
belleza perpleja. Inmediatamente, le larga las prendas, manda lejos su brasier
de seda. Acoge en el instante, las rosas extasiadas de esta enamorada, quien es
rubia. Y ella ruborizada, se deja encandilar por la velada, porque ansía ser
amarecida; creciendo a ardor, relumbra su dolor lascivo.
Parejo el novio, perdura en excitación.
Aún soba los senos de la chica, se los coge con unas ganas tremendas. Vibra él
lleno a fogosidad. Más avanza hacia lo excepcional. Decide ya con aquiescencia,
bajarle las tangas a su hermosa, Daniela. Entre tiemblos, le quita esas ligas
blancas. Al tiempo, la contempla desnuda, abierta en flor, tupida de pétalos
dorados. Esto delita a mayor, sus hambres sexuales. Según lo juntos, pasa el
joven viril a subirse en la hembra. Su cuerpo se aprieta al de ella. De a poco,
va entrando al fondo de su vagina, mojando asimismo sus vellos de néctar.
Y Daniela, gime entre la plácida
agitación. A escasas, dice que pasito. El muchacho al comienzo le hace caso,
pero después la penetra con rapidez, con fuerza, hasta la sacude a lo
vehemente. De estremecimiento, sus cabellos se despelucan. Con furor, ambos se
revuelcan sobre la cama. Ellos mueven sus caderas, agitan sus piernas hasta lo
delicioso. Mientras, la noche se riega de marlas con polvo de estrellas, lo
inmenso en creación.
Así, lo embelesado aumenta su curso. El
joven la remece hasta lo impoluto. Hace que el sexo de la mujer se humedezca.
El rio corre cada vez con más precipitación entre ellos. A solas, la sube para
ponerla a vivenciar la misma eroticidad hasta cuando la libación suya, rebosa y
mengua.
Al cabo de todo el vino, él se desliga
de Daniela, suspira bálsamos y respira descansos. Se siente todo satisfecho y
por fin, ve que su sexo sangra escarlatas, porque sabe que ha dado primavera a
la virginidad de ella, para así madurarla a su bella.
Fedorvelt
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