El destino lo había querido; el destino había
decidido que Ángel tuviera que luchar en la guerra en el bando contrario a sus ideas.
Su ametralladora apoyada sobre los sacos terreros de
la trinchera disparaba sin parar, sobre su gente, sus paisanos, sus hermanos.
Aquél día tuvo una idea.
Estaba situado su puesto en un campo de naranjos.
Alcanzó una que tenía a mano de la rama y en un alto al fuego escribió una
nota en un papel fino de liar el tabaco
diciendo:
“Hoy saldremos hasta el vecino pueblo y quedará
desabastecida esta trinchera podrán tomarlo sin esfuerzo y yo podré pasarme a
vuestra zona.
Lo envolvió en un palito de una rama y lo entró con
mucho cuidado dentro de la naranja.
El corazón le latía con fuerza, cuando la lanzó por
encima de la alambrada. Con la mala suerte que cayó en su mismo campo.
Alguien se dio cuenta, tomó la naranja y
examinándola vio que tenía una pequeña raja hecha con una navaja, la abrió y
vio la nota, cogió a Ángel y lo llevó delante del capitán.
Ángel fue fusilado.
Pilar
Romero Fernández
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