Cuando de niña leía a Verne no imaginaba que esto de
llegar al espacio podía ser tan complicado. Además, un señor parecido al
muñequito de Michelín había llegado ya a la luna, que lo había visto yo en la
tele en casa de mi amiga.
Quería yo viajar al espacio? Qué y a quién me iba a encontrar? Merecería la pena? Yo era una personita curiosa pero tenía mis
miedos, la oscuridad, los otros, yo misma.
Crecí, aunque ahora no sabría decir cuánto. El caso es que al mismo tiempo
que olvidaba esto del espacio sideral me iba dando cuenta que había otro
espacios, aunque les llamaba sitios, en la mesa, en clase, en el equipo de
vóley,…. Me colocaba y estaba bien, todo colocado, todo en su sitio.
Seguía leyendo y esta vez fue la señora Wolf la que
me hizo pensar sobre los sitios, los espacios. Ella, mujer en el mundo
masculino de los escritores de su época, necesitaba su espacio, una habitación
propia, para pensar, para escribir. Yo, que la leía en mi cuarto, sentía que en
esa “isla” tenía mi mundo, mi espacio y no quería perderlo, otra vez los
miedos.
He sido capaz de cambiar de cuarto, no una sino
varias veces. A veces he encontrado mi sitio y he sentido que mi espacio podía
estar en otras “islas”, una playa solitaria, una montaña nevada, un banco del
Retiro, la barra de un bar, que se yo….
Viajar al espacio puede ser tan sencillo y tan
complicado a la vez. A veces sólo lo buscas y esa búsqueda puede ser tan
angustiosa, de nuevo vuelven las preguntas, quieres hacer el viaje?, merecerá
la pena? Qué y a quién vas a encontrar?
Siento que Virginia no encontrara ese espacio que
buscaba. Yo ahora, me voy dando cuenta de que lo importante es ser capaz de
seguir viajando a pesar de los miedos y de que esos espacios que encontramos
aunque sean fugaces o efímeros siempre merecen la pena.
Victoria
Marcos
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