El
sonido embriagador de la gaita la atrapó y se sintió como una cobra reptando
hacia él, al dar vuelta en la esquina empedrada lo vio, de inmediato recordó la
película de Corazón Valiente, el
torso desnudo, cubierto parcialmente de vello dorado, los músculos marcados, la
piel originalmente blanca con un sugestivo bronceado, lasernas delgadas pero
musculosas que a pesar de la falda no se veían ridículas, la gaita en las manos
y los cachetes que inflados producían la hipnotizante melodía, rizos dorados le
caían por el pecho, la cara de líneas rectas y los ojos miel enmarcados en
cejas castañas, la miró y ella sin saber por qué sintió que se le helaba la
sangre a pesar del calor del verano.
Tocaba
sin quitarle los ojos de encima, los turistas se acercaban y le dejaban monedas
en la mochila de cuero que muy abierta en el piso mostraba con descaro su
interior con el recogido del día, lo pensó un instante, ¿debía acercarse y dar
su aporte? Era lo que todas las personas hacían, pero le pareció que era un
gesto ofensivo, vulgar, él seguía mirándola, la mano dentro de su bolsillo
escarbó discretamente hasta detectar un billete, pero no sabía de cuanto era y
trató de recordar que había puesto ahí en la mañana, era uno de veinte, si, de
la mesita tomó el de veinte y otro de cinco, pero no podía darle todo eso, y
monedas no tenía.
Terminó
lo que estaba tocando, bajó la gaita que se desparramó en el piso al lado de la
mochila, entonces con sus extraños botines de cuero caminó hacia ella que sentía
que las piernas le temblaban, estiró su mano, ella la tomó, la llevó hasta un
pequeño muro de piedras y la soltó ahí, ella se sentó como un autómata,
entonces él regresó a su lugar, recogió la gaita y tocó de nuevo, son sus notas
la enredó y ella envenenada por la melodía se dejó envolver. Se había
equivocado, no era una cobra cayendo en el embrujo, era un mosquito enredado en
una red, a punto de ser devorado.
Margarita Arenas
Salcedo
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