martes, 15 de julio de 2014

El potro de la tortura moderna

En cuanto entré en la consulta del dentista de la seguridad social sabía que no me esperaba nada bueno. Eran dos mujeres: la dentista y su enfermera. Las dos del mismo tamaño, más bajitas que yo, que mido poco más de metro y medio. Enseguida me di cuenta que la enfermera llevaba una peluca, más que nada porque la tenía un poco ladeada.
Me dijeron: ¡siéntese! Con una firmeza que me hizo ponerme en lo peor.
Me senté, claro, y empecé a decir lo que me había llevado hasta allí:
-Es que tengo un flemón en esta muela y me duele mucho. Sólo quiero saber si tengo que tomar antibiótico.
-¡Abra la boca!.
- Pero es que yo…
-¡Abra, abra la boca!
Abrí la boca, con miedo, pero la abrí. Me pusieron una servilleta de papel de babero, me metieron el aspirador debajo de la lengua, y ya no pude decir nada más.
La dentista me pinchó la anestesia, lo que me hizo ver unas chispitas luminosas. Yo trataba de hablar, pero sólo era capaz de  emitir  sonidos guturales.
Enseguida aquella mujer cogió unas tenazas, y como yo hacía ademán de querer incorporarme en la butaca, le hizo una señal a la enfermera. Ésta en un instante se subió en donde estaba yo tumbada, poniendo una rodilla en el borde. Una vez encaramada, puso la otra encima de mi cintura con lo que me inmovilizó completamente. A todo esto yo solo veía que la peluca se le ladeaba cada vez más.
En un momento la dentista se subió a su vez a una banquetita que la ayudaba a dominar la situación y con una rapidez y eso sí tengo que reconocerlo, con mucha destreza, me arrancó la muela en cuestión, con flemón y todo.
Yo incapaz de hablar, la oí decir:
-Una vez extirpado el foco infeccioso, la infección desaparece, y así no hay que abusar de los antibióticos.
Lagrimeando y con un grueso algodón taponando el hueco de la muela, en cuanto me liberaron, me marché de allí, pensando:
-¡Yo aquí no vuelvo más!


Mª Fuencisla López López

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