En un pueblo pobre colgado del techo, estrellado
por arriba y por abajo, magullado a porrillo de este a oeste por meteoritos,
estalactitas, estalagmitas y más que nada por reyertas de reyes retrecheros y casquivanos,
bellacos y vergajos, de esos jayanes impenitentes que arman jaleo y luego de
armarlo dejan que sus vasallos, los más miserables, los que no tienen pernada
que ofrecer se despellejen y tasajeen por mor de sus joputas haciendas y
conveniencias, allí, en ese pueblo inclinado y más exactamente en la calle más tenebrosa
de su arrabal mi tío Chucho Segundo comenzó a graznar, a despachar parábolas y
metáforas a diestra y a siniestra, muy bien sazonadas las condenadas, eso no se
le puede quitar, a aventar odas y sonetos para embrujar y reclutar en su grey a
La Bartola y a La Maricastaña, a lanzar pedradas en pleno ojo al usurero y al
matutero, a despedir discursos y peroratas, qué cuento de peroratas, puñaladas
traperas al rabino y al arzobispo, al poder político y al poder eclesiástico, qué
Chucho tan machucho y tan imponente era mi tío, nuestro predicador, magullado y
magullador al mismo tiempo, estrellado y estrellador, que aunque segundo, no se
conformaba con arengar, al cabo era obligatorio encender la mecha, en la
mezquita o en el tablado, en fiesta pagana o en fiesta de guardar.
Dicen sus seguidores, los del Twitter y
los de a pie, que en ese pueblo empinado, en fiesta de San Juan, bailando el
merengue y el chucu-chucu Segundo conoció a aquella deidad tan flaca y tan
Titicaca que le quitó el resuello para siempre. Por ella y para ella se dejó de
monsergas y de graznidos. Por ella y para ella y para que le pareciera aunque
él pereciera, dibujó las Líneas de Nazca. Dicen los hocicones que vienen
diciendo desde atrás que las trazó inspirándose en cada pliegue secreto del
hueco de su culo, el de la Titicaca, moreno, untuoso y apetitoso, libre de
magulladuras de meteoritos, estalactitas y estalagmitas. Y lo mejor, sin
derecho de pernada y libre también de empréstitos de usureros, joputas y
matuteros.
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