A sus noventa años, la organillera
descubrió que podía volar.
Así que agarró el viejo organillo y
emprendió un épico viaje, llevando su
música (en forma de dulce ventisca) a los más recónditos e inhóspitos rincones
del mundo.
La organillera voladora tuvo una muerte
poco romántica cuando dos cazas de combate la interceptaron y derribaron sobre
suelo estadounidense.
Fernando Fernández-Gil Domingo
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