EL
ASUNTO SE COMPLICA
Abro los
ojos. Durante un tiempo no reconozco dónde me encuentro. Me duele la cabeza,
siento nauseas, intento incorporarme y estoy a punto de vomitar.
Bebí
demasiado ayer, cierro de nuevo los ojos y todo empieza a girar; me levanto
apresuradamente, a punto de echar la pota y salgo corriendo buscando un baño;
por el pasillo recuerdo dónde estoy, es la casa de Tomás. “¿Qué hago yo aquí?”,
no recuerdo nada. Llego a la taza del váter, me arrodillo ante ella, me meto
los dedos y comienzo a echar un montón de porquería con olor a alcohol y a
comida fermentada, me produce tanto asco que sigo vomitando hasta que no me
queda nada más que el aumento insoportable de mi dolor de cabeza; me golpean
los pulsos en las sienes, estoy a punto de reventar.
Como
puedo me acerco de nuevo a la habitación de la que salí, al entrar veo a Tomás,
desnudo en la cama, justo al lado del hueco que he ocupado yo. Es su
dormitorio.
Sólo
entonces soy consciente de que yo también estoy desnudo. Me quedo aturdido y
confuso, y ese es el momento que eligen mis recuerdos para empezar a asomarse
atropelladamente, mezclándose, surgiendo y huyendo antes de que los pueda
digerir.
Veo su
cuerpo, mi cuerpo, rozándonos, revolcándonos, siento olores, tactos, alientos,
besos, caricias y me entra una angustia tan grande que echo a correr nuevamente
al baño, me meto en la ducha y le doy con fuerza al mando del agua fría.
Estoy a
punto de gritar al sentir el chorro helado en mi piel pero, primero con
pequeños estremecimientos y luego con fuerza, comienzo a llorar. Me siento
derrumbado en el suelo de la bañera “¿qué he hecho?, ¿qué ha pasado?”. El agua
sigue cayendo sobre mí, helándome, pero yo solo pienso en Rosalía, recuerdo su
piel tibia, dulce, como de seda, su cara mirándome con amor, sus labios
húmedos, rosados y suaves besándome “¿qué he hecho? Solo eres tú a quien amo,
solo te amo a ti, lo juro, solo te amo a ti”, me repito una y otra vez entre
susurros mientras mis lágrimas, calientes, saladas, se mezclan con los gélidos
alfileres de la lluvia que cae sobre mí, y yo recibo ese helado castigo como
una expiación merecida, como una condena por mi engaño, por mi cobardía, por mi
traición.
Me doy
asco, me avergüenzo, ya no sé ni quien, ni cómo soy.
Hoy es la
mañana de mi boda, apenas me quedan tres horas para arreglarme y partir al
ayuntamiento, allí me esperan mis padres, mis futuros suegros, mis amigos, me
esperará Tomás, me esperará Rosalía, y, sobre todo, en el altar, me esperará
Sara.
Sí, hoy me caso con ella.
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