Encontré aquel vestido en una tienda del Barrio alto; aunque había más prendas en el escaparate, el vestido eclipsaba todo lo demás. No lo voy a describir porque no le haría justicia, pero era deslumbrante. La hechura, los detalles, la caída, el tejido, los colores. Ni siquiera recuerdo lo que costó, ¿qué me importaba el dinero cuando había hallado ese vestido perfecto? Pregunté por la talla que buscaba y me lo llevé sin dudar.
Después caminé unos quince minutos por las calles de Lisboa, contemplando otras tiendas, edificios, pero nada me podía quitar de la cabeza el vestido que llevaba en la bolsa.
En la habitación del hotel lo saqué y lo extendí sobre el respaldo de la butaca, donde a la luz del atardecer que entraba por el ventanal, resplandecía aún más. Y allí lo dejé el resto de la tarde, y toda la noche. No quise tocarlo más, y tras un sueño inquieto e interrumpido, me fui a la mañana siguiente y el vestido quedó en el mismo lugar.
La intensidad del trabajo que me había llevado a Lisboa disipó en parte aquella febril obsesión que me causaban el vestido y el destino que quería reservarle a mi regreso en Madrid. Aun así, cuando mi jornada terminó, regresó de nuevo a mi pensamiento y se instaló en mí como un animalillo en su madriguera. Tomé un taxi para llegar al hotel, con una impaciencia que de repente se apoderó de mí, ¿lo habría tocado la camarera, o alguien del servicio? Parece absurdo, pero me resultaba inaceptable. Cuando entré, el recepcionista trató de decirme algo, pero no le di tiempo y me fui escaleras arriba, hasta el sexto piso. De forma inexplicable, en el trayecto del pasillo mi ánimo se serenó, y me detuve ante la puerta de mi habitación.
La abrí con deliberada lentitud.
El vestido estaba allí, en el mejor sitio posible, abrazando la piel de ella, que había llegado a Lisboa para darme una sorpresa. Junto a la ventana, a la luz del atardecer desentrañé por fin el secreto del vestido, cuya belleza tuvo sentido al ceñirse a su cuerpo y al permitirme disfrutar de la maravillosa sensación de quitárselo.
Napo
Olga: Siiiiiiiiiiiiiiii. Estos finales me encantan…
ResponderEliminarYo prefiero esos en los que el bueno mata al malo y baila.
ResponderEliminarGraaaaaaaaaacias!!! que relato tan intenso! la sonrisa y la ilusión que me provoca, me acompañarán todo el día!
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