Un par de costuras más y estaré terminado. Mi creador, el moderno Prometeo, ha puesto mucho interés en que quede guapo y distinguido. No sólo soy un prodigio de ingeniería anatómica. Eso era previsible, siendo obra de quien soy. Es que, además, me ha dotado de una musculatura imponente, de una envergadura impresionante y de un rostro que recuerda a algún jugador de fútbol que se siente triste. Hubo algún momento en que pensé que me fabricaba para anunciar calzoncillos de prestigiosas marcas.
Pero no, hoy, mientras acaba de recoserme el cuero cabelludo, cabello cien por cien libre de caspa, me ha revelado que mi destino es convertirme en pareja de mus de un hada juguetona que cada noche le atrapa en una red de palabras y le deja sin palabras, palabras más, palabras menos, palabras que se llevan el viento, palabras gitanas, palabras esdrújulas y palabras exbrújulas, palabras no dichas, palabras de honor.
Porque el no lo soportaría, repite. Y caería desconcertado a la primera seña de treinta y una y muerto si le pasa la de solomillo.
El Doctor Frankenstein, al que yo llamo Frank, abusando de su confianza, sólo me ha pedido que no eche órdagos. Dice que el hada, llevada de sus impulsos, los acepta a veces hasta de su compañero de juego. Veremos que tal se da la partida.
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