viernes, 26 de abril de 2013

Delirio onírico


Soñó con sus manos de sarmiento. Aquel delirio onírico era tan real que visualizó sin vacilaciones todos sus nudos, estribaciones… Estaba convencida de que, si pudiera tocar, sentiría el pulso latente, ralentizado, fluyendo paulatinamente más despacio. El devenir del tiempo era un proceso que no admitía interrupción. Inexorabilidad por antonomasia. Incluso recordó aquello que tantas veces había escuchado, ese comentario insidioso que nunca antes le concerniera y por el que jamás se había sentido aludida: “aquí lo que necesitamos es savia nueva”. Era un comentario lacerante, formulado desde el más absoluto desconocimiento, como si a la vida se le pudiera poner una fecha de prescripción de antemano y, transcurrido ese plazo predeterminado, ya sólo quedase el recurso de aguardar la llegada del desenlace. ¿Por qué siempre se hablaba con perífrasis y eufemismos para referirse a ciertos temas? Pero todos pecaban de lo mismo, ella la primera. Era más sencillo recurrir a la prosopopeya que llamarle al pan, pan y al vino, vino.  “Hay viejos jóvenes y jóvenes viejos” –pensó-. Por más que lo intentase, no alcanzaba a discernir por qué era tan importante la cronología, por qué todos le conferían tanta importancia, ¿acaso nadie tenía en cuenta la procedencia de la estirpe? Sus predecesores fueron longevos, nada hacía presagiar que el suyo fuese un caso diferente. Pero no tenía sentido bregar contra la corriente. Lo que era, era y, todo esfuerzo por tratar de cambiarlo, sería vano.
Despertó y vio sus manos de sarmiento. Las imaginó centenarias, cincuenta años más tarde, y sintió alivio:
“De buena vid, mejor vino”

Mónica Rodríguez

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