Con
un exceso de hormonas en la piel, miro el café recién preparado sin mucho
entusiasmo y una sola mirada fugaz me obliga a percatarme de que el color
carbón que inunda el cristal es excesivo. Triste, decido ponerle solución vertiendo
un poco de esta mezcla venenosa por el desagüe y añadiendo un poco de leche a
la disolución. Mientras lo hago, consigo darme cuenta de que ya es tarde. El
café ya lo había manchado todo con su sutil desliz por la cuchara que lleva mi
nombre. Ya estaba impregnado en cada hueco de aquél enlace químico, ya nada
podía hacer, y lo hecho... solo ha llevado a que a simple vista, el color sea
algo más tenue, pero el sabor... el sabor del café es difícil de quitar...
Patricia Moreno Luna
No hay comentarios:
Publicar un comentario