martes, 23 de abril de 2013

Welcome to Panama!


Welcome to Panama!”, me grita sonriente la muchacha de la recepción. La miro e intento encontrar en mi cerebro totalmente abotargado tras más de veinte horas de viaje las palabras adecuadas a tan entusiástico saludo, lamentablemente “¿ein?” es todo lo que se me ocurre. “Bienvenida a Panamá”.  Me dice esta vez menos sonriente. No le ha debido hacer mucha gracia tener que recurrir al idioma de Cervantes, qué falta de glamour el mío, pero estoy demasiado cansada como para hacer esfuerzos comunicativos en otro idioma. “¿Primera vez en Panamá?”, me pregunta recuperando su sonrisa deslumbrante. “Sí, sí, primera vez, desde luego.” “¿Placer o Negocios?”, ni una ni otra, le contesto, “¿ein?”, me dice ella. Estamos empatadas, y con la satisfacción de haber marcado un tanto sacudo la cabeza misteriosa, no importa, no importa. La muchacha a duras penas logra recomponerse de este segundo golpe, estoy acabando con sus recursos. “A petición de su oficina señora le hemos reservado la última habitación con vistas; desde su ventana se puede ver el canal, puede usted asomarse y ver pasar los barcos, escuchar sus sirenas, e incluso podrá ver el paso del expreso de Panamá que, dos veces al día, one in the morning y otra en la tarde, recorre nuestro beautiful país del Caribe hasta el Pacífico”. En mi cabeza se enciende la alarma de peligro ¿barcos?, ¿sirenas?, ¿trenes de madrugada? “No, gracias señorita, preferiría que me dieran una habitación que diera al otro lado, a las montañas.” Cara de estupor absoluto. “¿No quiere habitación con vistas al canal?” “No, señorita, no quiero, muchas gracias.” He debido cometer sin saberlo el mayor insulto posible en este pequeño país, despreciar el orgullo nacional, el famoso, famosísimo pero ruidosísimo Canal de Panamá. Casi me dan ganas de arrepentirme y aceptar con entusiasmo la habitación con vistas, pero la perspectiva de una semana despertándome al ritmo de las sirenas y de los gritos de los marineros me obliga a permanecer firme en mi decisión aún a riesgo de que esta muchacha me coloque vengativamente en el cuarto de las lavadoras. Intento una estratagema alternativa; “es que sufro de mareos crónicos, ¿sabe usted? Y sólo de ver los barcos me mareo cosa mala.” La chica me mira sin mucho convencimiento pero no puede hacer nada ante semejante argumento de peso así que me da una habitación sin vistas pero desde la que, asomándome a la ventana, puedo ver kilómetros y kilómetros de árboles y plantas de un verde que parece de cuento, y que me hace imaginar aventuras de exploradores y paraísos perdidos. A pesar del calor me duermo con la ventana abierta, si la muchacha de la recepción supiera que, además, he desenchufado el modernísimo y potentísimo aparato de aire acondicionado seguro que mandaba llamar a los loqueros o a inmigración para que me expulsaran del país de una patada en el culo, por ingrata. Pero ella no lo sabe así que me duermo con el ruido de misteriosos pájaros de fondo y pensando en el afortunado huésped al que le habrán dado mi habitación, la última habitación disponible con vistas al canal. Welcome to Panama.

Ángela Millán Fernández

3 comentarios:

  1. ¡Muchas gracias, Ángela!
    Enjoy Panama!

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  2. Buen relato, muy en la línea de lo que yo publico. Me gusta.
    Por cierto, yo hubiese elegido la misma habitación.

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  3. ¡Me ha encantado! Una elección perfecta.

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