La
mañana en la sucursal de Bankia transcurría con normalidad hasta que, sobre las
diez y media, se oyó alboroto fuera. Todos los de la oficina salieron a ver qué
ocurría y vieron que un grupo de personas se había congregado en la puerta.
Estaban claramente alterados. Daban gritos, hacían sonar pitos, sirenas e
incluso cacerolas y ollas, golpeándolos con otros utensilios. Era un grupo
heterogéneo. Había ancianos, jóvenes y parejas de mediana edad con sus hijos. Algunos
vestían de calle y otros con traje y corbata. Algunos llevaban puesto el mono
de trabajo, pues seguramente habrían aprovechado el descanso del almuerzo para
acudir allí a protestar. ¿Pero a protestar por qué? Se preguntaban los
empleados de Bankia.
Entonces
empezaron a fijarse en las pancartas. En una que llevaba un señor enganchada a
un palo ponía: “¡Mis ahorros convertidos en
preferentes YA!” Cuatro chicas sujetaban otra en forma alargada: “El zapato con suela y la HIPOTECA CON-SUELO”.
Un grupo más o menos cuantioso, dirigido por un joven con un megáfono gritaba
consignas: “¿Dónde están? No se ven, los
plazos de renta variablé”.
Nadie
entendía de qué iba aquello. El Subdirector preguntó a uno de los manifestantes
y éste le explicó que protestaban porque se encontraban con muchas barreras al
tiempo de contratar productos bancarios. Que habían estado en otras entidades y
siempre les salían con las mismas: “Le
desaconsejo esto porque no podrá recuperar su dinero en cincuenta años”. “Ojo
al firmar la hipoteca que si impaga dos cuotas le embargaremos su piso y aún
deberá capital”. “Este producto es de alto riesgo”. “Este otro es un timo”. Decía que estaban hartos. Que se sentían
desatendidos y estafados. Cada vez había más gente. Algunos paraban el tráfico
de la calle y animaban a los conductores a unirse. Muchos de ellos hacían sonar
el claxon, aportando así su pequeño granito de arena a la protesta. El
Director, visto el cariz que adquiría todo aquello, llamó a la Policía. En
menos de una hora treinta furgones de Antidisturbios cortaban las calles adyacentes
y cercaban a los manifestantes. Un alto mando, megáfono en mano, les instó a
cesar con la protesta y dispersarse bajo la amenaza de recurrir a la fuerza.
Pero un representante de los manifestantes le explicó cuáles eran sus motivos.
El policía consideró que tenían razón. Que era una injusticia y que, si nadie
atendía a sus demandas, era legítimo salir a la calle para hacerse oír e
intentar cambiar las cosas. Así que finalmente no hubo cargas. Es más, muchos
de los policías, que al fin y al cabo también eran afectados por la política de
respeto y protección hacía el consumidor de la banca, soltaron las porras y se
unieron a la protesta.
Àlex
Devís Mainz
Álex, como la vida misma, actual, pero después de beberte cuatro pintas en el James.
ResponderEliminarUn saludo
Agradecimientos tardíos Epífisis. Más de cuatro le harían falta alguno para verlo, pero no hay que perder la esperanza.
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