No estaba aburrido, a pesar de lo que podáis
pensar tenía muchas cosas qué hacer, pero sin motivo aparente se inmiscuyó en
mi pensamiento. Sí, esperó treinta años a revelarme la verdad, el motivo de su
existencia. Dice que todo empezó con un: ¡cariño estoy embarazada! Seguido de
un: ¿Qué estas qué? Después de esto se dio cuenta que ahí no tenía nada que
hacer, que pintaba menos que las ceras de colores en el cristal de una ventana.
Durante mucho tiempo pensó que no sería nadie porque todo se limitaba a un
sinfín de preguntas sin respuestas y de exclamaciones que se correspondían con
más exclamaciones. No le hacía ni pizca de gracia, su vida no podía ser sólo
eso, tenía que haber algo más, y lo descubrió justo el día en el que fue al
doctor por primera vez. No se acordaba de la dirección exacta, así que sacó un
trozo de servilleta que tenía en el bolsillo y volvió a leerla para recordarla
“p.º de los Carlinos, n.º 12” (al lado de la gasolinera de color azul). Una
mancha de aceite difuminaba las letras y aunque no era la primera vez que
tomaba notas en cualquier papel o superficie en la que el bolígrafo le
escribiera, se prometió no volver a hacerlo. Al cabo de unos minutos llegó al
portal y, a pesar de que había olvidado apuntar el número de escalera y puerta,
tuvo la suerte de que alguien había tenido la genial idea de poner una pegatina
con el logotipo de la clínica en el pequeño botón del enorme cuadro del
video-portero, ya que de otro modo habría pasado totalmente inadvertido. Al
cabo de unos minutos de estar subiendo por unas escaleras que parecían no tener
fin, llegó a la puerta de la que colgaba una placa metálica en la que se podía
leer: Dr. Mastín, miembro honorífico del C.O.M.A. (Colegio de Ortografía Médica
Aplicada). Llegado a este punto se dio cuenta que su existencia estaba
empezando a tener algo de sentido. Pese a los pequeños contratiempos estuvo
allí justo a la hora que tenía programada porque detestaba esperar, así que
cuando la enfermera le dijo: hola… se nos
has echado el tiempo encima; tendrá que sentarse un ratito en la sala que tiene
justo enfrente, él empezó a impacientarse. Mi amigo se resignó y cogió una
de las tantas revistas que se amontonaban encima de una pequeña mesa que había
justo en medio de la habitación. La elegida se llamaba Procesador Virtual 2.0, era
de informática. Ha decir verdad nunca le había fascinado la informática, es más,
hubo un tiempo en el que la miraba con recelo porque creía que con ella se
perdería algo muy importante, el arte caligráfico que tan grande le hizo
sentirse cuando nada era capaz de alienar al hombre del papel y la tinta de una
pluma o el grafito de un lápiz. Después de todo lo que le había ocurrido hasta
ese momento se puso a pensar y entendió que ser un punto era especial (…) todavía
no había llegado el momento de marcar el final, simplemente tenía que cambiar
de párrafo. Sin decir nada se levantó y muy lentamente se marchó, y fue
entonces cuando los demás se dieron cuenta que lo necesitaban…
Gobolina
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