martes, 28 de mayo de 2013

Las cotorras del Retiro


Todos los días de mi vida laboral lo primero que hago a las 8:00 de la mañana es esquivar las cagadas circulares u ovaladas que descargan, desde las ocultas ramas del un sauce llorón del camino, las plagas de cotorras argentinas que proliferan en el parque del retiro.
Y la verdad, debo ser un poco corta, porque es inevitable que todos los días me venga a la cabeza la misma pregunta: ¿cómo lo hacen? ¿Menean el culo a la vez que cagan? ¿Cagan en montoncitos  de diferente tamaño por control de esfínteres? Je ne sais pas.
Es una incógnita de la naturaleza, lo mismo que lo es cómo han podido convertirse en una plaga en un ambiente tan dispar e inhóspito para ellas.
Inhóspito por la crudeza de los fríos inviernos, en comparación al templado clima de su argentina natal, o al calorcito de la salita de estar con calefacción central. Aquella salita en la que comenzaron su vida española recién llegaditas de la tienda de animales como regalo de navidad para la tía abuela Clotilde, que aunque un poco sorda, no es tonta, y no se le puede engañar cambiando visitas del domingo por la tarde con un poco de compañía humana, por el graznido de una cotorra argentina. No, la cotorra sale por la ventana de la salita en cero coma.
Pues bien, estas cotorras no solo superan el abandono y exilio al parque del retiro sino que proliferan, se hacen fuertes y desplazan hasta a la tradicional paloma torcaz. Incluso han conseguido un blog en New York sobre ellas: el BrooklynParrots.com.
Nadie nos enseña a los humanos a superar estas cosas con tanto coraje, a sacar esas garras de sus frágiles patitas y aferrarse a la vida sin ni quisiera pestañear, sin que se les mueva una sola de sus preciosas plumas verde esmeralda, sin plantearse si merece la pena y si lo lograrán.
En una palabra, aunque provengan de la cuna del psicoanálisis, ellas no tienen ni idea de qué significa la palabra autoestima, respiran y ya está.
Después de varios inviernos observando detalladamente este suceso he llegado a una conclusión: Creo que las cotorras se saltan el paso de las dudas, de la confianza en uno mismo. Vuelan y ya está.
Se lanzan al disfrute de la caída libre sabiendo instintivamente que no se estrellarán. Se lanzan al disfrute de la compañía en bandadas, del calor de sus nidos, y quien sabe, a lo mejor también se lanzan al recuerdo y disfrute de alguna melodía que había escuchado en esa primera salita de estar.
Alguna de esas melodías que también hace elevarse a los humanos, nos hace levitar y olvidar plantearnos si somos capaces. Que hace que saltemos en caída libre porque merece la pena.
A mí me gusta imaginar que las cotorras del retiro menean el culo cuando cagan porque recuerdan esa melodía, y que sí, que solo es cagar, pero qué gusto da hacerlo al son de Jamie Cullum.

Timothy

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