Todos los días
de mi vida laboral lo primero que hago a las 8:00 de la mañana es esquivar las
cagadas circulares u ovaladas que descargan, desde las ocultas ramas del un sauce
llorón del camino, las plagas de cotorras argentinas que proliferan en el
parque del retiro.
Y la verdad,
debo ser un poco corta, porque es inevitable que todos los días me venga a la
cabeza la misma pregunta: ¿cómo lo hacen? ¿Menean el culo a la vez que cagan? ¿Cagan
en montoncitos de diferente tamaño por control
de esfínteres? Je ne sais pas.
Es una incógnita
de la naturaleza, lo mismo que lo es cómo han podido convertirse en una plaga
en un ambiente tan dispar e inhóspito para ellas.
Inhóspito por la
crudeza de los fríos inviernos, en comparación al templado clima de su
argentina natal, o al calorcito de la salita de estar con calefacción central. Aquella
salita en la que comenzaron su vida española recién llegaditas de la tienda de
animales como regalo de navidad para la tía abuela Clotilde, que aunque un poco
sorda, no es tonta, y no se le puede engañar cambiando visitas del domingo por
la tarde con un poco de compañía humana, por el graznido de una cotorra
argentina. No, la cotorra sale por la ventana de la salita en cero coma.
Pues bien, estas
cotorras no solo superan el abandono y exilio al parque del retiro sino que
proliferan, se hacen fuertes y desplazan hasta a la tradicional paloma torcaz.
Incluso han conseguido un blog en New York sobre ellas: el BrooklynParrots.com.
Nadie nos enseña
a los humanos a superar estas cosas con tanto coraje, a sacar esas garras de
sus frágiles patitas y aferrarse a la vida sin ni quisiera pestañear, sin que
se les mueva una sola de sus preciosas plumas verde esmeralda, sin plantearse
si merece la pena y si lo lograrán.
En una palabra,
aunque provengan de la cuna del psicoanálisis, ellas no tienen ni idea de qué significa
la palabra autoestima, respiran y ya está.
Después de
varios inviernos observando detalladamente este suceso he llegado a una
conclusión: Creo que las cotorras se saltan el paso de las dudas, de la
confianza en uno mismo. Vuelan y ya está.
Se lanzan al
disfrute de la caída libre sabiendo instintivamente que no se estrellarán. Se
lanzan al disfrute de la compañía en bandadas, del calor de sus nidos, y quien
sabe, a lo mejor también se lanzan al recuerdo y disfrute de alguna melodía que
había escuchado en esa primera salita de estar.
Alguna de esas
melodías que también hace elevarse a los humanos, nos hace levitar y olvidar plantearnos
si somos capaces. Que hace que saltemos en caída libre porque merece la pena.
A mí me gusta
imaginar que las cotorras del retiro menean el culo cuando cagan porque
recuerdan esa melodía, y que sí, que solo es cagar, pero qué gusto da hacerlo
al son de Jamie Cullum.
Timothy
Muchas felicidades por el relato, me ha encantado
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