El hombre con el abrigo gris estaba hablando solo. Me quedé mirándole
con cara de asombro y, por qué no decirlo, también con cara de admiración.
En realidad no estaba solo. El tío ese le estaba contando
algo a un truño disecado que reposaba en la acera. Le estaba dando al palique
sin parar. Y la caquita, claro está, escuchaba atentamente:
-No se te puede negar valentía-empezó a decir-, feo, oscuro,
y no hablemos del olor. No causas ni escándalo: arrugado, seco… eres de lo
peorcito de tu clase. A pesar de todo ello, luchas por huir de tu destino,
luchas por no ser aplastado ni apartado, luchas por un futuro mejor.
>>Naciste en la oscuridad, rodeado de constancia, sosez, aburrimiento… y solo, muy solo,
como los dictadores coreanos. Esperaste bajo el sol una oportunidad, al menos,
servir de alimento a las plantas, a las hormigas, a cualquier ser vivo que se
aprovechara de tu esencia vital.
>>Eres el único de tu especie que se movió por
voluntad propia en contra de lo establecido. Único, de esta pasta – pienso -
están hechos los héroes. Y tú lo has demostrado con creces.
>>No sé qué será de ti. No sé si llegarás mucho más
lejos, pero cuando me alcance la duda, la desesperanza o la derrota, pensaré en
ti y en cómo te enfrentaste a todo por sobrevivir y tener una vida mejor, no
más feliz ni más larga, pero sí una vida de la que pudieras sentirte orgulloso.
>>Gracias por todo. Gracias truño, por buscar tu
destino - acabó secándose las lágrimas -.
Me fijé en la mierda. De verdad, parecía que estuviera en
movimiento. Con gracia, dejaba una especie de rastro negro como si estuviese
luchando por moverse, casi como un caracol. No pude evitar sacar el móvil y
hacerle una foto. Si todos fuéramos como ella, pensé, con ese afán de
superación, este mundo no se iría, precisamente, a la mierda.
El tío vio como le hacía la foto y me miró. Asintió como
orgulloso, como pensando: por fin, amiga mía, tu esfuerzo se ha visto
reconocido.
El diálogo de despedida fue algo así:
-Adiós zurullín, adiós hijito.
Y el zurullín, claro, no respondía porque, de momento, aún
no hablan.
Después dio la vuelta y se marchó. Adiós, pensé, adiós hombre que susurraba a las cagadas, que
Dios te guarde allá a donde vayas.
Le eché un poco de cerveza al cagallón para refrescarlo en
su recorrido y, dejándolo atrás, me dirigí hacia mi destino. Todos morimos
solos.
Martín
Zapata
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