-Usted es diferente. ¿Se cree que
no lo sé?
La niña saltaba de la acera a la calzada
y de la calzada a la acera. Nada peligroso, dado que por esa calle no
circulaban vehículos. En realidad era una calle inacabada dentro de un barrio
inacabado, como si alguien se hubiera olvidado de él a medio hacer y se hubiera
ido a otra cosa.
La niña tenía que pasar por allí
cada día para volver del colegio a casa.
-¿Qué quieres decir con eso de
“diferente”? –preguntó el hombre.
Ella echó una bocanada de vaho como
si fuera estuviera fumando.
-Ya lo sabe. ¡Mire!
Señalaba una mansión de tres
plantas, de piedra muy blanca, sin puertas ni cristaleras. Era la casa más
exuberante de la calle. A menudo se quedaban un rato a mirarla.
-¿Han hecho algo nuevo? –preguntó
la niña.
-Creo que no –dijo él -. Pero esa
parte del tejado me hace dudar.
-¡No estaba! ¡Es verdad, van a
acabar la mansión! ¿Cuánto cree que puede costar? Tengo que empezar a ahorrar
para cuando sea mayor de edad y pueda dar una entrada. ¡Espero que nadie la
compre antes…!
Los aspersores del jardín se
dispararon inesperadamente, y la niña se agarró al brazo del hombre.
-¿Por qué están regando? –preguntó.
-Debe ser automático –contestó él.
-Pero si no vive nadie, ¿por qué
riegan? –insistió la niña.
El agua salía con violencia de los
aspersores en espasmos monótonos. Siguieron caminando para no mojarse.
-Claro que si me compro la casa
tiene que vivir alguien más por aquí., porque si no, mi madre… Tiene miedo de
que se me acerquen desconocidos. Tendría que contarle que me acompaña usted
muchas tardes. Estaría más tranquila.
Habían llegado al final de la
calle.
El hombre se agachó y le dio un
beso en la mejilla mientras apoyaba los dedos en su nuca. Ella cerró los ojos.
Le gustaban esos dedos grandes y ásperos, diferentes a los de su padre.
Estuvieron así un buen rato hasta que la niña pareció despertar de un sueño,
sonrió y se fue.
Álex José Recoder
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