– Es su última oportunidad – dijo, y
volvió a preguntarme cuándo y cómo iba a morir.
Aclaré la garganta y contesté:
– Usted morirá pasado mañana.
La desesperación llenó su rostro y sentí que sus ojos me maldecían,
entre el temor y la furia.
– Su esposa lo...
– ¡Basta! ¡Llévenselo!
Siguió gritando por un largo rato.
Volví a mi celda, acompañado por los
guardias de siempre, para seguir soñando con muertes ajenas.
En un par de días habrá otro director en
la prisión. Seguramente, con mi talento, no estaré encerrado mucho tiempo más.
Gonzalo Tomás Salesky Lascano
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