Hay
gente muy rara –o al menos a mí me lo parece– que se dedica a coleccionar
objetos dispares, creyendo que en esos pequeños elementos cotidianos se
encuentra la felicidad.
Mi tío
Federico, – a quien ya barrió la parca– hubiera dado su existencia, cuando aún podía darla, por un sello de correos
de tirada limitada.
Su
mujer, Filomena –cocinera memorable y sensata ama de casa– se había
aficionado a los dedales de plata. Por uno que descubrió un día, con el borde
nacarado e incrustado en perlas blancas,
no dudó en perder la poca honra que por entonces le quedaba.
Ante
semejantes ejemplos, y para conjurar desgracias, yo tomé una decisión: solo
coleccionaría besos… pero siempre engarzados en collares de esmeraldas.
Irene Regidor (Doñoro)
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